Volver a casa por Navidad y vivir para contarlo
Este post es sólo para los que reciben la Navidad con un sentimiento de desagrado y que estarían encantados si estas fechas desaparecieran del calendario como festividad familiar para siempre jamás. Si tú eres de los que disfrutan de la “dulce Navidad” en apacible amor y compañía de tus seres queridos, permítete leerlo para aprender algo más de estos otros congéneres que no tuvimos la suerte de disfrutar la Navidad como lo que debiera ser: unos días de celebración, de compartir con la familia y los amigos, de recogimiento, y, como mucho, de soportar a un cuñado con ganas de ganar puntos para su propio sistema familiar haciendo de menos al tuyo, lo que es sólo un pelín más incómodo que tragarte las uvas sin pelar al son de las doce campanadas.
Y si eres de los que sufren por Navidad, desde ya te digo que la christmofobia es un trastorno común y con una esperanza de resolución bastante elevada si recibes un buen tratamiento. Lo primero que debes saber es que no es genético, lo cual ya es un alivio grande, espero. No importa que tu mamá te haya contado que en casa de los abuelos paternos pasaba algo parecido, no te preocupes, que no tienes nada feo en tus cromosomas. Sí es un poco hereditario ya que, efectivamente, son los malestares traspasados de generación en generación los que convierten esas fechas en un infierno para familias escasas de amor y respeto entre los suyos. Y claro, todos muy juntitos y con muy pocas ganas de estarlo, normal que salten chispas o, explicado de una forma más profesional, esos terribles juegos familiares que empiezan como una piedrecita insignificante que se desprende casi sin saber cómo y rueda inocente, y termina como una avalancha de drama arrasando una mesa para doce atiborrada de pavo, langostinos y turrón.
Esas “piedrecitas” suelen ir precedidas por unas palabras de descargo: “Sé que no está bien decirlo, pero…”, “aunque no estoy muy seguro…”, “no tiene mayor importancia pero…”, y así. Esos suelen ser principios para jugar a lo que en Análisis Transaccional se denomina el juego del alboroto. Una hermana le suelta la indiscreción al cuñado en la cocina, éste, ay inocente, le pasa la bola al otro cuñado en el balcón mientras comparten tiempo de cigarrillo, y así llega a la otra hermana que, muy ofendida porque no estaba al tanto de «eso» tan terrible, se queja a la madre o al padre que, a pesar de haber sido ellos los que enseñaron el juego inicialmente en la dulce infancia de los jugadores, se enervan ofendidos y regañan en la mesa a la hermana que soltó la liebre navideña. Y así, en vez de conejo, hay pollo. ¡Feliz Navidad!
En otras ocasiones el estilo familiar es más mortífero y todos traen ya preparado de su propia cocina un cuchillo bien afilado que esconden bajo las ropas de fiesta. Las estocadas se reparten según los papeles adquiridos en ese proceso largo y delicado que es el reparto de poder en la infancia y adolescencia en los hogares donde el amor es un bien escaso y lo que se cultiva es la envidia y el encono, que a falta de pan buenas son tortas, por retorcer un poco el manido refranero. Los terceros hijos, que llegaron justo para quedar fuera del reparto de papá-mamá suelen ser los primeros espadas, por aquello de haber sufrido la injusticia por los pelos. Así que ante la altanera seguridad de la favorita de papá o el enroque de torre de ajedrez del niño de mamá, intentan meter pincho en los favoritos y si no pueden, que suele ser lo que ocurre, optan por el escándalo alcohólico o las bromas fuera del programa familiar de buenas maneras. Y de los cuartos hijos, los quintos y demás, ya ni hablemos.
En otras familias, si no más civilizadas, sí mas ordenadas, ya tienen elegido de antemano al cabeza de turco que será utilizado para verter sobre él o sobre ella, los desprecios y chanzas que quedarán cual banderillas toreras adornando el corazón del escogido para tan útil papel de estabilizadora válvula de la presión familiar, que, al fin y al cabo, es tan inútil y desesperanzador como cualquier otro rol adjudicado en el reparto del desamor, eso sí, no tan vistoso como el de las primeras estrellas.
Y así podría seguir describiendo distintas pero siempre emotivas escenas familiares navideñas enfundadas con diferentes atrezos de alcurnia o de barrio marginal, de resto familiar de dos o tres miembros supervivientes, o de familia numerosa mal aglutinada por el negocio común, pero todas unidas por el mismo hambre de reconocimiento y afecto, por la lacerante carencia de vínculos auténticos, profundos y respetuosos, todos esperando que algún día a esa ópera tragicómica le cambien el libreto como por arte de magia y reciban milagrosamente lo que tanto necesitan y que nunca llega: el amor debido.
Pero como este no es un blog de crítica, no en lo fundamental al menos, y sí de ayuda, voy a explicarte cómo funcionan en su esencia estos belenes navideños para que estas fiestas lo sean de verdad para ti y puedas ir a casa por Navidad y no sólo vivir para contarlo, sino empezar a entender y desengancharte de esas dinámicas familiares tan poco saludables. Y, al final del post, haré algunas sugerencias de alternativas saludables para Navidad.
En realidad todo esto funciona como una estafa piramidal que pasa de padres a hijos. Si la familia tiene algún sentido es el darle a los nuevos seres humanos que vienen al mundo todo lo que necesiten para convertirse en personas autosuficientes capaces de vivir plenamente sus vidas. Para ello los progenitores, o los cuidadores en su caso, deben cubrir las necesidades básicas de los niños para que tengan lo suficiente para prosperar en su formación y crecimiento. Y, a nivel psicológico emocional, los niños y niñas necesitan amor y valoración. Sentir que son queridos y que pueden querer, y sentir que son capaces de expresarse y avanzar en la vida consiguiendo sus objetivos personales.
Esto es, los padres dan y los hijos reciben para hacerles llegar, en su momento, el regalo a los nietos. Sencillo, ¿verdad? Pero la cosa se complica porque en este sistema en que vivimos basado en la carencia y no en la abundancia, los papás y mamás traemos una cuenta en números rojos desde nuestra infancia y, sin ser conscientes de lo que hacemos ¡válgame dios!, intentamos cubrir ese saldo insuficiente obteniéndolo de nuestros propios hijos. ¿Cómo? Regateándoles el amor y la valoración debidos. ¿Con qué mecanismos? Pues tenemos varios.
Los más toscos: la imposición violenta, la distancia o, directamente, el desprecio. Vamos, en una palabra el miedo a no merecer ser cuidados, incluso a ser expulsados del seguro núcleo familiar. Por aquí entraríamos en el abuso declarado, así que dejaré esto para unas fechas menos señaladas.
Y los más refinados, las herramientas maestras de la manipulación: la culpa y la pena. Y a estas, más habituales, sí les voy a dedicar unas líneas
Así que ahí estamos, sin ningunas ganas de ir a casa por Navidad pero con ese algo contradictorio que nos obliga a ir, aunque no queramos sí queremos, hechos un lío y con mal cuerpo cada vez que lo pensamos. Ese algo que nos descentra y no alcanzamos a comprender es usualmente un mecanismo que tiene dos caras: la culpa y/o la pena por un lado y la rabia por el otro. Las primeras nos empujan a tragar con lo que no queremos y el enfado o el sentimiento de injusticia nos impulsan a alejarnos.
La culpa tira de nuestras tripas, así que hacemos lo que no queremos pero no podemos dejar de hacer, porque… “pobrecito, si en el fondo…” o “mira que soy mala, total qué me cuesta”, o el más utilizado “si es mi madre, cómo no voy a…”. Para analizar brevemente la culpa te propongo una imagen: visualiza un bebé en brazos de su madre, o de su padre, y dile al bebé: “tú tienes la culpa de que tu padre sea infeliz” o “de que tu madre no se muestre amorosa y satisfecha”. ¿Te funciona? ¿Crees que un bebé tiene que honrar a su padre y a su madre?
Es imposible dar sin haber recibido antes
Ahí está la falsedad: “tú eres responsable del bienestar de tus padres”, pues va a ser que no. Pero qué ocurre, cuando éramos pequeños y asistimos a aquellos lamentos o a aquellas broncas, nos quedaron dos opciones: hundirnos más que ellos, hacernos más irresponsables, más víctimas, o bien, crecernos colocándonos en una posición de cuidadores de nuestros propios cuidadores. La tercera opción era inviable: irnos. Y esto se hace a edades muy tempranas, así que esa sensación de malestar, de culpa, bajo las falsas explicaciones que nos damos mentalmente, siempre tiene un Niño o una Niña a la que le faltó algo y tomó sobre sí una responsabilidad que no le correspondía. Dile desde ya, ahí justo dentro de ti (donde sientes la culpa) que ella, que él, no tuvo la culpa de lo que pasó en casa, que no fue culpa suya, que nunca estuvo en su mano el arreglar aquello, fuera lo que fuese que ocurrió. Que no habría podido siquiera, que sólo era un niño, una niña pequeña.
Y con la pena pues pasa algo parecido, debajo de la pena que sentimos «por lo que les pasa» a nuestros padres está la tristeza de nuestra propia pérdida. Una infancia perdida porque tuvimos que “hacernos adultos” antes de tiempo, un cariño perdido porque nunca llegó, un desprecio de nuestras capacidades que tuvimos que mal cambiar por otra cosa sin valor para nosotras. Así que siente desde ya a esa Niña, a ese Niño escondido debajo de la pena por sus progenitores, y abrázalo, abrázala, sostenla, dale acogimiento, susúrrale con ternura que estás ahí sólo para ella, para él y que no le vas a abandonar nunca, haga lo que haga, aunque no vaya a casa por Navidad.
A veces esto es difícil de hacer por desconocimiento o por falta de guía externa, pero no te rindas, todo el mundo puede, sólo tienes que ser humano y eso ya lo eres.
Muy importante, debemos saber manejar nuestras emociones para poder hacerlo, así que si no te has leído todavía los tres posts imprescindibles sobre emociones, aquí los tienes por orden:
Cómo funcionan las emociones
Cómo manejar las emociones
Cómo cambiar la respuesta emocional
(Además puedes buscar en la categoría educación emocional para posts con más información.)
En cualquier caso, siempre podemos explorar otras alternativas, otros puntos de vista para mirar a la familia. Aquí te dejo algunas soluciones posibles si has rescatado ya a tu Niño, a tu Niña, del chantaje emocional de la infancia.
Como te decía un poco más arriba, la familia debe ser una fuente de valoración y de afecto. Si no podemos conseguirlo de nuestra familia, hay otras “familias” distintas a la de sangre que cumplen muy bien con esto: grupos de amigos, compañeros de hobbies o de trabajo, aunque lo mejor es hacerse interiormente libre trabajándote tus carencias. Pero no dudes en cambiar tu destino navideño por una experiencia atractiva lejos de casa.
También puedes hacer un trabajo más de conciencia, más “espiritual” para ayudarte a cambiar tu mirada a una perspectiva más elevada o, al menos, distinta. Hoy en día hay una oferta increíble de actividades espirituales o grupos de crecimiento. Actúa con sensatez y consulta antes tranquilamente con tu Corazón para al menos tener una intuición de dónde te metes.
También puedes aprovechar la ocasión que te brindan las fiestas para ir con tu familia pero con una intención diferente. No ir «por cumplir», sino para aprender algo de ti mismo. Para observarte cómo te sientes, cómo funcionas, cómo respondes cuando estás con ellos. Si consigues poner desapego en tu mirar, aprenderás mucho de la experiencia.
Incluso, lo mismo es una buena ocasión para hacer un acto de humildad. Reconocer si somos nosotros los que introducimos el malestar en la familia movidos por ese sentimiento de injusticia o de que no nos comprendan, y dejar de tocarles las narices a nuestros parientes cercanos para así no seguir perpetuando ese circuito de malestar familiar. Ya sabes, si uno no quiere, dos no bailan.
O, simplemente, date permiso para no ir, para quedarte en casa tranquila disfrutando de tu música, tu comida, tu gato o cualquier otra cosa que te haga sentir bien estando sola. Estar solo no implica necesariamente sentirse solo. Acógete a ti mismo, acompáñate a ti misma, haz tu propia “dulce Navidad” siendo dulce contigo misma.
(Y si necesitas hablar con alguien, aquí tienes el link para hacerlo conmigo por privado.)