Somos credívoros
Somos lo que comemos. Nuestra persona es “credívora” porque se alimenta de creencias. Desde la más tierna infancia vamos adoptando ideas y creando con ellas esa amalgama de creencias, coherente sólo en apariencia, y seguimos haciéndolo el resto de nuestra vida. Construyendo un puzle en nuestra mente cuyo fin último no es comprender el mundo, que también, sino satisfacer nuestras necesidades más básicas: de seguridad, de ser reconocidos, de pertenencia, y un largo etcétera. Entre ellas la necesidad de sentido, el darle sentido al entorno físico, afectivo, social, espiritual,… Esta necesidad de sentido es la que genera el hambre de creencias, su búsqueda y deglución por nuestro Sistema de Creencias. Sin estas “explicaciones” que organizan nuestro mundo sentimos inseguridad, miedo. Lo extraño, lo incomprensible nos atemoriza.
Nuestro apetito por las diferentes creencias en oferta de nuestro entorno está condicionado a su vez por nuestros temores y creencias ya adquiridos. Por ese sistema mental-emocional que constituye nuestro “instinto artificial”, esa parte de nosotros que reacciona casi con inmediatez acogiendo o rechazando las ideas con las que nos cruzamos a lo largo del día, las que vomitan repetitivamente la prensa o la televisión, o las que comentan emocionados nuestros compañeros de trabajo o amigos. Esas reacciones son una muestra de nuestra superficialidad de pensamiento. Son automáticas, están precocinadas. Y las creencias más apetecibles hacemos propias sin dudar un segundo. El equipo de fútbol rival siempre es más criticable que el nuestro.
No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas.
Noam Chomsky
Cuando nos hacemos conscientes de esta forma de funcionar en lo cotidiano se nos hace evidente la importancia de revisar nuestras creencias contrastándolas con nuestro sentir profundo. Sólo entonces las creencias se convierten en certezas. El riesgo está en hacer pasar por certezas nuestras opiniones superficiales.
Algo parecido es lo que les ocurre a quienes llamamos locos. Convierten en rey una opinión vasalla. La vuelta a la cordura está en la vuelta a la paz interior y, por ende, la paz en las relaciones, pero esa vía de salida ha quedado obstruida por un bucle mental que “lo explica todo”.
Continuamente vemos ejemplos tremendos de esto en los programas de pan y circo de la tele. El último que he tenido la suerte, o la desgracia, de contemplar, un espectáculo en el que un hipnotizador profesional del show business iba creando situaciones más o menos divertidas con famosos, todo aceptable hasta que hacen bajar al escenario a un matrimonio, asistentes entre el público y, tras hipnotizarlo a él, le convence de que está soltero y le hace decidirse, delante de ella, por una modelo con tipazo despreciando a su propia mujer que, para él, ya no lo es, ni nunca lo ha sido. Tras la gracia sin gracia, vuelve a sugestionar al sujeto, que se merece tal nombre, para que se muestre enamorado de su mujer otra vez e, incluso, le dé un beso con lengua delante de las cámaras. Esta broma de mal gusto tiene connotaciones interesantes a la hora de plantearnos cuestiones radicalmente importantes ¿qué somos como personas? ¿de qué está hecha nuestra conciencia? ¿desde dónde regimos nuestras vidas?, incluso, si las regimos nosotros o lo hacen otros en nuestro nombre, con nuestra mente, nuestra voz y nuestro actuar en la vida.
Otro ejemplo en esta línea sería la manipulación mediática sobre la opinión pública, no llega a ser hipnosis pero la repetición hasta la saciedad de ideas que no tienen ningún fundamento terminan siendo digeridas por grandes grupos de personas que lo experimentan como la verdad misma y se vuelven ciegos a verdades fundamentales como las expresadas, sin ir más lejos, en la Carta de los Derechos Humanos. Y desde estas opiniones insertadas en nuestra mente superficial condenamos o absolvemos presuntas faltas, o damos por buenas falsas bondades.
La manipulación político-económica a través de la prensa y los medios audiovisuales sobre la población no crítica son un ejemplo sangrante de cómo hoy en día ya no hacen falta castigos físicos para amedrentar y domesticar a la gente, basta con “crear opinión”, o, mejor dicho, crear opinión de la nada. Magia. Creer es crear.
Pero no todo el jardín son malas hierbas. También en psicoterapia una de las funciones fundamentales del terapeuta es ayudar a que nuestros clientes cambien sus creencias limitantes o destructivas. Un ejemplo claro de esto y de la doble cara del poder de las creencias es el método de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Para procurar la salida de la adicción se implantan nuevas creencias, la principal: “soy alcohólico”, que ayudan a la persona a crecerse sobre la adicción. Ninguna duda acerca de la bondad del método que ha ayudado a tantas y tantas personas en el mundo, pero, paradójicamente, la creencia que cura se convierte al final en un límite para la liberación completa. Nunca pueden llegar a ser no-alcohólicos.
En realidad, esto nos pasa a todos los seres humanos en nuestro crecimiento. Las creencias son los escalones que permiten al niño crecer en conciencia, abrirse a ella, asimilarla en niveles cada vez más inclusivos, más abiertos, pero también, en la mayoría de las historias de vida, estancarse en ellas, las creencias, creando unas fronteras difíciles de romper ya que implican enfrentarnos de nuevo con lo desconocido, con lo que nos da miedo. No hay más que ver la “esclerosis de creencias” que sufren la mayoría de los ancianos.
La ancianidad es indócil, porque la fuerza de la costumbre la encadena y no hay remedio contra sus vicios.
Fénelon (François de Salignac)
Así que, si me permites la observación, mejor vigilamos a qué creencias le damos el “sí quiero” y las hacemos nuestras, y a cuáles no. Y, en cualquier caso, siempre podemos mantener vigente la creencia de que podemos cambiar nuestras creencias cada vez que nos falte el aire en la vida.
Para despedirme te ofrezco la creencia de que la Verdad, la Bondad y la Belleza iluminan tu Corazón, y todo lo demás, aunque práctico de momento, una vez que nos apaga el alma, es desechable.