Si no te cuidas tú, hijo mío…
Todos, como hijos, hemos oído en algún momento esa frase en boca de nuestra madre o nuestro padre, aleccionándonos a tener buenos hábitos cuando dejamos la casa donde crecimos y empezamos nuestra andadura independiente por la vida. Si no te cuidas tú, hijo mío, ¿quién te va a cuidar? Y la intención era buena pero el momento inadecuado, por entonces queríamos valernos por nosotros mismos sin sermones, consejos o recomendaciones de vida sana. Queríamos vivir a tope, aprender, disfrutar de nuestra independencia recién adquirida. Lo de ser precavidos era cosa de mayores. Y las carencias que ya llevábamos dentro eran invisibles para nosotros mismos (ver el post anterior: Como el comer).
Queríamos dejar la infancia atrás sin darnos cuenta de que la llevábamos dentro. En lo que habíamos disfrutado: como fuerza y alegría para vivir el presente. Y en lo que nos había faltado: como impedimentos para llevar adelante una vida plena.
Pero tomándolo en un sentido literal y profundo, era el mejor consejo para la vida que podían darnos. Sólo nos faltaba saber cómo hacerlo extensible al pasado, a nuestra infancia y adolescencia.
A medida que fuimos creciendo, cuando nuestras necesidades no fueron satisfechas, fuimos dejando atrás, por así decirlo, partes de nosotros mismos que no pudieron desarrollarse.
A nivel práctico, es como si hubiéramos dejado sin atender, a un lado del camino de nuestra vida, a aquellos niños que fuimos. Esos “nosotros” insatisfechos, dañados o confundidos que hoy en día surgen en momentos de conflicto y actúan “como niños” en plena vida adulta.
“Volver” a atenderles, a cuidarles, es una de las mejores cosas que podemos hacer para tener una vida interna equilibrada y fructífera. Este es, básicamente, el enfoque terapéutico del Niño/ la Niña Interior. (Para más información sobre esta terapia: Taller sanar con el Niño Interior.)
¿Y cómo seguimos ese buen consejo de cuidarnos de nuestros padres? Bueno, si estás leyendo esto, ya has dado el primer paso, que es saber que dentro de ti llevas un Niño, una Niña, necesitada de atención para empezar, con lo que ya estás atendiendo esa necesidad de ser atendida.
Algo que necesitas saber es que la vía para llegar al Niño son las sensaciones corporales, no los pensamientos. Desde que empezamos a tener “uso de razón” comenzamos a explicarnos a nosotros mismos con ideas. Si nos sentimos impedidos, impotentes en la vida, de alguna manera interpretamos eso que nos pasó. Justificándonos, poniéndonos etiquetas, incluso reprimiendo, apartando de nuestra consciencia, esas ideas negativas de nosotros mismos. Así que si intentamos llegar por la mente “racional” hasta aquel niño que fuimos y su conflicto, lo primero que encontramos son todas esas explicaciones de nosotros mismos que puede que le sirvieran al niño para seguir adelante pero que hoy en día, de adultos, no nos ayudan a resolver los conflictos que nos encontramos cotidianamente. Soy torpe. Nunca lo voy a conseguir. O lo contrario: No necesito la ayuda de nadie. Todos los demás son unos incompetentes. Por poner un par de ejemplos sencillos.
Para acceder al Niño, a la Niña, necesitamos dejar por el momento a un lado las ideas que surgen cuando estamos en conflicto, por pequeño o cotidiano que sea, y centrarnos en las sensaciones corporales. ¿Qué hace mi cuerpo cuando se me cuelan en la cola del pan? Si en mi mente el discurso es algo así como: Qué poca vergüenza, se ha colado. Tendrían que enseñarle a comportarse. ¿Le digo algo? Mejor no, yo no quiero problemas. Toda esa secuencia mental va acompañada en el cuerpo por distintas emociones y sensaciones físicas. La rabia inicial que empieza a levantar la energía al pecho y la garganta para expresar nuestro enfado por la injusticia. El cierre en la garganta y en el estómago cuando reprimimos su expresión. Y la sensación de impotencia y de cabreo sordo que nos queda y luego soltaremos en casa donde sí tenemos permiso para expresar nuestras emociones abiertamente. Esta secuencia es un ejemplo simple, cada persona responderá a su manera según haya aprendido en su infancia.
Si has seguido cronológicamente los posts de este blog ya habrás aprendido a manejar tus emociones y a escuchar a tu cuerpo. Pues ahora te invito a conectar con tu interior y permitirte hacer un viaje atrás en el tiempo. (En el vídeo de más abajo tienes un ejercicio guiado con el que te será más fácil acercarte al Niño, empieza en el minuto 33 de la charla.)

El acceso al Niño está en el cuerpo, no en la mente.
Es en las sensaciones corporales donde podemos empezar un diálogo con nuestro Niño. Si nos paramos, miramos para adentro y le preguntamos al cierre de nuestra garganta: ¿qué te pasa? ¿por qué te cierras? Y nos quedamos ahí escuchando lo suficiente, surgirán recuerdos, ideas, relacionados con algún momento en el que habríamos deseado expresar nuestra opinión y fuimos callados por un profesor, por ejemplo, o nuestro padre nos contuvo con un “¡quién eres tú para…”. Ahí ya podemos emplear nuestra imaginación para viajar al pasado y, centrados todo el tiempo en las sensaciones físicas, hacerle al Niño la pregunta mágica:
¿qué necesitas?
Soltar la rabia.
Y entonces veremos el miedo del Niño a hacer eso y ser totalmente rechazado por el profesor o el papá, y quedarse sin atención ninguna. Así vamos hasta él con nuestra imaginación y le ofrecemos nuestra compañía incondicional:
Digas lo que digas, hagas lo que hagas, yo voy a estar siempre contigo.
Nosotros como adultos, establecemos ese pacto con nuestro Niño, y nos comprometemos a cumplirlo. El cierre del miedo en el estómago se calmará y, en el momento y el lugar adecuados para no hacernos daño ni hacérselo a nadie, soltaremos esa rabia enfocándonos mentalmente en la escena del profesor o el papá. Y en el lugar donde estaba la rabia pondremos una imagen o una sensación de algo que nos haga sentir seguros de nosotros mismos, que nos haga sentir bien.
La siguiente vez que se nos cuele alguien en la cola, simplemente le diremos con calma: «disculpe, yo estaba antes», y con una sonrisa zanjaremos la cuestión. Ya no habrá carga interna que nos impida funcionar como adultos competentes.
Nuestro apoyo al Niño Interior debe ser incondicional
Para satisfacer las carencias de nuestro Niño tenemos que tratarle como debiera haber sido tratado en la infancia, incondicionalmente. Le damos todo lo que necesita, todo el tiempo que necesite, lo que quiera que necesite, sin ninguna condición. No tiene que surgir distinto a como se nos aparece, no tiene que sentirse de otra manera a como se siente. Sin condiciones. Si cubres las necesidades del Niño, el resto se recoloca. El Niño, la Niña, deja de actuar en nuestras vidas indirectamente. Nosotros lo atendemos y le conseguimos lo que necesite de la mejor forma que podamos. Este “contrato” con nosotros mismos nos devuelve la plena responsabilidad en nuestras vidas y, por tanto, nuestra libertad.
Como explico en la charla que comparto a continuación, entender esto es mucho más fácil que llevarlo a la práctica. Dependerá de cuánto y el tipo de daño que hayamos sufrido en la infancia para que podamos hacerlo nosotros solos o necesitemos ayuda profesional. Lo que sí te puedo asegurar es que los beneficios que vas a obtener si te haces tú mismo, tú misma, padre-madre de tu Niño Interno, Niña interna, te ayudarán a tener una vida más equilibrada, poderosa y feliz.
¡Ah! Y no te olvides, a tu Niño Interno debes decirle siempre la verdad. Si le mientes no confiará en tí y no podrás ayudarle. Dile la verdad y será una fuente infinita de alegría y creatividad para ti. Aquí te dejo un vídeo de una charla sobre este tema. Que lo disfrutes y te sea útil.
¡Un abrazo acogedor!