Lo primero, siempre, tranquil@ – 2. El estrés
El estrés es el malo de la película. Yo diría que es la causa principal de la inmensa mayoría de las enfermedades corporales, trastornos psicológicos y disfunciones sociales que padecemos. Sería estupendo tener un sistema de señalización del estrés parecido al que indica la peligrosidad del mar en las playas y que nos avisara a tiempo con bandera amarilla para no ser arrastrados por la resaca del estrés descontrolado.
El estrés no es más que la forma en que los sistemas afrontan situaciones nuevas, que provocan tensiones internas y/o externas que ponen en peligro el equilibrio dinámico del propio sistema. Este estado de estrés puede ocurrir a nivel molecular, bioquímico, celular, fisiológico, mental/emocional, familiar y social. A nivel psicológico individual, el estrés es el estado de alarma que provoca el miedo, es un estado de agitación que surge para resolver un conflicto que sentimos nos pone en peligro.
Como respuesta natural, el estrés es positivo pues ayuda a la persona a tener la fuerza, la rapidez y el enfoque de la atención suficientes para afrontar una amenaza, como contaba en el post inicial de Lo primero, siempre, tranquil@ al describir el mecanismo básico del miedo. Los problemas vienen cuando, por distintas causas, mantenemos el estrés convirtiéndolo en un estado habitual. Y, como todo está relacionado, un estrés sostenido a nivel psíquico nos afecta interiormente a nivel fisiológico, celular, energético y bioquímico, derivando en enfermedades. Y exteriormente nos afecta a nivel de nuestro comportamiento y, por tanto, familiar y socialmente. Haciéndose así el motor de los trastornos psicológicos, que se pueden entender entonces como situaciones de tensión no resueltas en nuestro desarrollo.
A la inversa, pero de igual manera, una situación de estrés mantenida a nivel bioquímico, energético, celular o fisiológico, o también social y familiar, afectan al equilibrio psíquico de los individuos. Dependerá de la disciplina desde la que nos acerquemos el que usemos un enfoque u otro para entenderlo y buscar soluciones.
La biología del estrés
El cerebro, al percibir una amenaza, da igual que sea real o no, puede ser un peligro físico externo pero también un pensamiento o un recuerdo amenazantes, estimula al hipotálamo y éste produce unas sustancias que actúan como mensajeros llegando hasta determinadas glándulas, como las suprarrenales y otras, que, a su vez, producen otros compuestos parecidos, las hormonas, responsables de la activación corporal, como son el cortisol o las catecolaminas.
Pero los seres humanos somos mucho más que una máquina bioquímica y mecánica. El repertorio de respuestas fisiológicas en la persona dependerá de la tendencia que tenga ésta a responder huyendo o atacando, y así activará el sistema nervioso simpático dando paso a una respuesta activa, o reprimirá esta activación redirigiendo esa energía contra sí misma. Esta liberación de la respuesta natural (agresividad para superar el miedo) o su represión (el miedo se hace fuerte) ocurrirá en función de, primero, el temperamento de la persona, según tienda a ser más extrovertido o más introvertido por naturaleza. Y, en segundo lugar, por cómo haya aprendido esa persona a dar rienda suelta o a reprimir sus mecanismos de defensa psicológicos durante su desarrollo, fundamentalmente en la infancia.
La mente de una persona puede intervenir en las reacciones instintivas de forma muy poderosa: frenándolas, modificándolas o cambiándolas por otras.
Así que, en todos los casos, al estresarnos, se activa el sistema nervioso simpático y las glándulas suprarrenales descargan masivamente adrenalina inundando la sangre, que se desplaza desde las vísceras y la piel hacia el cerebro y los músculos. De forma que la presión sanguínea crece desmedidamente, aumentando la formación de glóbulos rojos y disminuyendo el tiempo normal de coagulación de la sangre; el corazón late aceleradamente y se derraman dosis muy elevadas de endorfinas en la sangre para que tengamos una menor sensibilidad a los estímulos dolorosos. La digestión se corta, llegando incluso, en las ocasiones que el miedo vence, a relajarse los esfínteres (mearse o cagarse de miedo).
Las glándulas encargadas de regular el calor interno y de la eliminación de toxinas se activan y el cuerpo descarga a través del sudor las sustancias de desecho, lo cual cambia el olor de la persona. Esto puede ser detectado, aunque inconscientemente, por otras personas activándoles su propio sistema de alerta sin que se percaten de lo que está pasando. Es conocido que los animales “huelen el miedo”. Y todos detectamos instintivamente cuándo alguien “desprende agresividad”, aunque no la esté mostrando en su comportamiento. Igualmente el estrés altera nuestro campo electromagnético y las personas sensibles son capaces de detectarlo.
Otro efecto importantísimo de este proceso es que el sistema inmunitario queda desactivado sin que nos percatemos de ello. Es uno de los motivos fundamentales por los que el estrés, si es mantenido, provoca enfermedades a largo plazo.
También el cerebro sufre daño, un estrés fuerte durante un corto período de tiempo es suficiente para destruir algunas conexiones entre neuronas en zonas específicas del cerebro. Y un estrés agudo puede cambiar la anatomía cerebral en pocas horas. El estrés mantenido a lo largo de una vida hace estragos.
Son multitud las enfermedades que tienen su origen en la persistencia del estrés y los efectos psicológicos son igualmente devastadores. Por eso es tan importante un trabajo prolongado y profundo en la restauración de la calma interior en personas con estrés cronificado.
Otro efecto paralelo posible es la adicción bioquímica al estrés, por las descargas de activadores y de endorfinas, la persona tiene un “subidón” y una recompensa placentera, como ocurre con los aficionados al deporte de riesgo, por ejemplo.
La psicología del estrés
Actualmente todos estamos familiarizados con el llamado síndrome de estrés postraumático. Por efecto de haber vivido una experiencia bélica, un accidente o cualquier situación de peligro extremo, un susto grande, las personas experimentamos determinados síntomas que perturban el normal discurrir de nuestra existencia. El agente estresante es externo. Una vez que desaparece, la persona puede volver a la normalidad por sí sola, o bien recibiendo ayuda especializada en este tipo de problemas. El conflicto es conocido y su solución es, al menos hoy en día, entendida y aceptada.
Pero hay otro tipo de estrés que queda oculto y que, normalmente, no es ni entendido, ni aceptado. Es mantenido internamente por nuestros propios pensamientos y, por lo general, no se acepta socialmente. Es el estrés derivado de no poder ser nosotros mismos, lo que se podría llamar estrés existencial.
De pequeños, a lo largo de nuestra infancia, construimos la idea de lo que somos. Es como un manual del usuario que el niño va escribiendo, con su mente de niño, en el que figuran las condiciones de uso de nuestra vida: lo que está permitido hacer y lo que no, lo que nos merecemos y lo que no, lo que es bueno y lo que es malo, hasta dónde podemos llegar en la vida y lo que nos está prohibido. En una pequeña parte son limitaciones que están en armonía con nuestras cualidades individuales, mayor habilidad para la inteligencia manual que para la lógica, por ejemplo; pero en su mayoría son prohibiciones y mandatos que recibimos de nuestros cuidadores, o decisiones autolimitantes que nosotros mismos tomamos como reacción a lo que nos pasa en esos años de formación. Esta limitación de nuestra potencialidad, de lo que queremos, podemos y nos entusiasma ser y hacer, la experimentamos en nuestro fuero más interno, en nuestro Ser, como una amenaza y, como todas las amenazas, provoca estrés.
Es un estrés especial, que no vemos ni entendemos. Lo experimentamos de muchas maneras: insatisfacción, indolencia, enfado con el mundo, autodesprecio, afán exagerado de superación, intolerancia, etc. Vivimos con él, terminamos por creer que esos “nervios”, los tics, la brusquedad o el “mal carácter”, somos nosotros mismos, que somos así. Pero no es más que el efecto secundario de no vivir en armonía con nuestra esencia y con las cualidades que emanan de ella. Ese estrés “invisible” es un síntoma, un aviso que nos manda nuestro cuerpo de que algo anda mal. Pero como ya no nos acordamos de la “mutilación” que sufrimos en la infancia, no tenemos ni idea de a dónde mirar para resolverlo. Intentamos hacerlo como nos han enseñado en esta sociedad basada en “la razón”, bastante poco razonable por cierto. Así que seguimos intentando resolver las cosas fuera: un mejor trabajo, tener más dinero, más distracciones, intentando hacer aquello para lo que no tenemos cualidades ni entusiasmo o saboteándonos en lo que sí valemos naturalmente, con relaciones que compensan sin éxito nuestras carencias, etc. Como se suele decir, “tiramos palante”. Si no nos percatamos antes, al final llegan los avisos contundentes del cuerpo: las enfermedades. “¡Párate!” nos dicen. “Párate y mira donde no has mirado hasta ahora con claridad: dentro de ti.” En muchas ocasiones, nuestro manual del usuario es tan retorcido o tan exigente que acaba con nuestra vida. ¡Y eso que estaba ahí para ayudarnos a vivirla!
Más adelante en esta web/blog desembrollaremos la madeja para ver con detalle cómo funciona todo esto, cómo se llega hasta esta forma inhumana de vivir y lo que podemos hacer para recuperar la armonía con nuestras cualidades esenciales. Ahora el primer paso es recuperar nuestra calma. Lo primero, siempre: Tranquilo, tranquila.
Aquí tienes a tu disposición un audio para trabajarte la reconexión con tu Ser y llevarle presencia y calma. De nuevo gracias a Manuel Álvarez por prestar su música como hilo conductor de la experiencia interna.
Todos llevamos dentro un cierto nivel de estrés. Podemos hacernos una idea de si nuestro nivel de estrés es alto observando nuestro comportamiento:
Agitación mental, mucho diálogo interno y una mente saltarina que no para de ir de un lado a otro. Necesidad de asegurarnos de lo que acabamos de hacer: ¿dónde he puesto las llaves?, ¿me he dejado el gas encendido? Empezar algo y dejarlo sin terminar porque nos hemos puesto con otra cosa. Incapacidad de concentrarnos. Mucha crítica interna, recriminarnos continuamente por lo que hacemos o dejamos de hacer. Tener una continua necesidad de estar distraídos: películas, música, videojuegos, internet, teléfono,…
Agitación corporal, andar siempre corriendo, precipitándonos en hacer las cosas. Tics, mordernos los labios o las uñas, mover las piernas cuando estamos sentados, retorcernos los dedos, etc. Imposibilidad o malestar por estar quietos. Adicciones: fumar, comer, beber, charlar compulsivamente, necesidad de consumir drogas. Problemas para conciliar el sueño. Ansiedad, opresión en el pecho, inquietud o nudo en el estómago.
Tendencia a irritarnos o saltar por cualquier cosa. Imposibilidad de estar solos. Malestar por estar acompañados. No estar nunca contentos. Culpar a los demás o a lo que nos pasa de nuestros males. Rigidez, tanto física como mental.
Si varios de estos comportamientos son habituales en nuestra vida es que tenemos un nivel de estrés muy alto y debemos tomar medidas ya. Pero el hecho de no tener unos síntomas tan fuertes no indica necesariamente que estemos libres de estrés profundo, lo que pasa es que se ha hecho tan cotidiano que no somos conscientes de su presencia hasta que nos vemos en circunstancias difíciles.
Nuestra mente tiene una justificación o una disculpa para cada uno de estos actos, gracias a ello pudimos crecer con todo ese estrés y “no morir en el intento”, así que demos las gracias a esas explicaciones por servirnos lo mejor que pudieron, pero, si estás leyendo este post, es que quieres cambiar la forma en que vives, así que permítete cambiar tu mirada, ábrete a la posibilidad de que todas esas explicaciones no explican realmente tu estrés, porque si de verdad lo hicieran, ya estaría resuelto. No estaría ahí.
Así que vamos a mirar a donde realmente está ese estrés “vital”, vamos a mirar al cuerpo, a nuestro interior, y no a la mente ni a las circunstancias. Cuando vamos a un examen no estamos entrando en una jaula llena de leones hambrientos y sin embargo “parece que nos va la vida en ello”.
Librarnos del estrés
Una vez que dejamos de mirar fuera buscando las causas de nuestra inquietud, y empezamos a mirar dentro, ya hemos dado un paso de gigante para dejar atrás el estrés. Independientemente de sus orígenes, el estrés lo experimentamos nosotros, es nuestro. Por lo tanto, tomar la responsabilidad de qué hacemos con él es fundamental.
El estrés se experimenta por capas, al empezar a explorarlo sólo vemos las capas más externas: la agitación mental, la inquietud generalizada en el cuerpo, la opresión en el pecho o el nudo en el estómago. La agitación mental nos impide centrarnos en el cuerpo, la mente salta de un lado a otro, así que necesitamos un mínimo de capacidad de concentración antes de entrar en el cuerpo más profundamente. No se trata de dejar de pensar sino de darle algo a nuestra mente para mantenerla ocupada mientras recuperamos nuestro centro. Hay muchas maneras de hacer esto, pero la mejor técnica que conozco es la de contar hasta 10 que se enseña a los principiantes en la práctica de la meditación zen. Ya lo vimos en el post de El Miedo y tienes una explicación más amplia en la sección de Ejercicios de Respiración en esta misma web.
A medida que nos ejercitamos en recuperar nuestro centro, nuestro equilibrio interior, vamos descubriendo capas de tensión más profundas que son más sutiles. No podíamos sentirlas hasta ahora porque las más fuertes hacían mucho “ruido”. Es como caminar por la ciudad, el estruendo del tráfico no permite oír otros ruidos menos intensos.
Cada persona experimenta el estrés profundo a su propia manera: hormigueo, carga eléctrica, zumbido, rigidez,… es algo que está agitándonos en la piel, los músculos, los órganos. Se puede llegar a sentir muy profundamente, en las propias células, si nos enfocamos bien dentro en nuestro cuerpo.

Ejercicio de percepción interna
Detectar y soltar el estrés profundo
Mientras sigues leyendo tranquilamente este ejercicio céntrate en la respiración.
Déjate mecer en el ir y venir de tu respiración. Como quiera que la sientas está bien.
Dale tiempo a tu cuerpo para que vaya bajando la respiración del pecho… al estómago… y al vientre.
Cuando lleves un poco respirando en el abdomen, nota tu cuerpo, la vibración, el tono de tu cuerpo. Deja que tu cuerpo te indique dónde hay inquietud. Pueden ser los sitios más insospechados: la articulación de las rodillas, algún punto de la espalda, los costados,… Escoge el punto inquieto que más llame tu atención ahora. Quédate ahí sintiéndolo, puede que sea incómodo o desagradable, pero sigues poniendo toda tu presencia en observar ese punto, esa zona.
Utiliza el ir y venir de la respiración como un ancla donde agarrarte. Está siempre ahí, dándote energía, apoyo, seguridad, presencia. Llenándote de calma.
Pon la palabra “CALMA” en tu mente. Repítela mientras respiras y observas la zona de tensión. Observa cómo ésta cambia. Es muy probable que este simple ejercicio de presencia haga disminuir e incluso desaparecer la tensión de la zona.
No esfuerces la respiración, deja que sea natural. Si aún queda tensión, imagina o siente que llevas la respiración al inspirar, llena de “calma”, hasta esa zona. Imagina o siente que la respiración fluye por esa zona disolviendo la molestia, como si fuera agua pasando y repasando sobre un terrón de azúcar morena, disolviéndolo.
Imagina o visualiza el agua de la respiración tiñéndose de marrón tensión. Y, al echar el aire, deja que ese agua sucia salga, puedes hacerlo por la nariz o la boca, según tú respires. Está bien. O puedes incluso imaginar que sale directamente a través de la piel, o por las palmas de las manos o las plantas de los pies.
“Al inspirar tomo calma, al espirar suelto tensión.”
Visualiza ese agua sucia volviendo a la Tierra para ser reciclada. Marchándose para siempre.
Dale las gracias al Aire por limpiarte. Dale las gracias a la Tierra por ayudarte.
Hay muchos y muy diversos ejercicios para soltar el estrés: relajaciones, músicas, ejercicio físico,… busca y encontrarás, internet es una buena fuente de información y recursos si la usamos con buen criterio.
Recuerda, el estrés es acumulativo, así que todos necesitamos pararnos y descargarnos. Respetar nuestros ciclos naturales de actividad y recuperación. Si al estrés que traemos de la infancia por no poder ser plenamente nosotros mismos, añadimos el del trabajo o el de los conflictos cotidianos, somos como un vaso lleno que se desborda con sólo una gota de agua.
Un poco de ejercicio diario, un paseo, y una alimentación sana, ecológica a ser posible y sin aditivos químicos, son fundamentales para mantener nuestros niveles de estrés bajos. La práctica habitual de relajación y meditación son altamente recomendables. Y no te olvides del juego y el buen humor cotidianos, encuentra ocasiones para reír, aunque sean pequeñas, una ligera sonrisa es un regalo. Por eso me despido con la recomendación de un divertido libro para trabajar el estrés de una forma original: El gran libro de los juegos para aliviar el estrés de Robert Epstein, lo puedes encontrar cómodamente en La Casa del Libro, ¡échale un vistazo!
Hasta la próxima, que quedes tranquil@ y content@.