Lo primero, siempre, tranquil@ – 1. El Miedo
Normalmente se habla de cuatro emociones básicas: miedo, tristeza, rabia y alegría, pero, en realidad sólo hay una que se pueda llamar básica, en el sentido de que sea bueno para nosotros los seres humanos estar el mayor tiempo posible en ella. Muchos ni siquiera la consideran una emoción y no la incluyen cuando enseñan educación emocional. Pero cuando estamos en esa emoción realmente la disfrutamos y de hecho la empleamos como sustrato para desarrollar nuestra actividad interior y exterior de la forma más económica y eficaz posible.
Nos da el acogimiento necesario para pensar con claridad a nivel racional y nos permite abrir nuestra intuición a mayor profundidad. Es como el agua o el aire, está ahí y no nos damos cuenta, sólo la echamos en falta cuando se enturbia, cuando pierde su transparencia, cuando la perdemos. Esa emoción, como ya habrás adivinado, es la calma. Estar tranquilo, tranquila. Estar en paz.
Por lo que la práctica en la profundización de la calma y el aprender cómo volver a ella lo antes posible cuando la perdemos deben ser aprendizajes fundamentales en nuestra vida. Así que vamos a ello.
El miedo
La calma la perdemos sobre todo cuando nos sentimos amenazados, entonces surge el miedo. El miedo no es más que una respuesta natural frente a una situación de amenaza, es un mecanismo biológico de supervivencia. En una situación en la que podemos resultar heridos el cuerpo se prepara para responder lo mejor que pueda a lo que nos amenaza. Se cortan las funciones digestivas y de regeneración corporal, se nos “encogen las tripas”, el ritmo cardiaco se acelera y la mente se enfoca en una posible solución: atacar o huir. Eso es lo que llamamos estrés, un despliegue contundente de nuestros recursos para vencer ese peligro. Si estamos en una situación real esta respuesta biológica hasta nos puede salvar la vida.
El problema que tenemos los seres humanos con esta respuesta natural es que también se dispara cuando sufrimos amenazas existenciales, amenazas a nuestro ser en la vida. Si nos sentimos rechazados, no queridos, criticados, menospreciados y un largo etcétera, se nos encogen las tripas, se nos agobia el corazón y nuestra mente deja de pensar con claridad, igual que si tuviéramos un perro rabioso delante. El cuerpo intenta solucionar algo que no es de su competencia y, con su buena intención, nos mete en un problema mayor que el que teníamos, impidiéndonos una resolución pronta y eficaz, incluso creando un nuevo problema que se prolongue en el tiempo, porque simplemente no podemos resolver el sentir que no valemos nada, por poner un ejemplo, atacando o huyendo, o “haciéndonos el muerto” que es un tercer intento fallido de solución mucho más habitual de lo que pudiera parecer, es lo que se llama “mirar para otro lado”.

Ejercicio de percepción interna
¿Cómo experimento yo físicamente el miedo?
Tómate un momento para hacer una pequeña lista de las cosas o situaciones que te provocan miedo. De las que te gustaría huir, o que no estuvieran ahí, o que directamente te enfadan y acabarías a mamporros con ellas. Lo que te encoge o lo que te saca de quicio, vamos.
Escoge una de esas situaciones y revívela. Si es algo que te afectó mucho, date permiso para mirarla con toda la distancia que necesites, como si estuvieras viendo una película. Incluso interrumpe el ejercicio si ves que no lo puedes manejar ahora a nivel corporal y emocional.
Acuérdate de dónde estabas, con quién, lo que estaba pasando, el ambiente que había,… Y observa qué hace tu cuerpo. Presencia desde esa distancia lo que hacen tu estómago, tu vientre, el pecho, la garganta. Al recordarlo se habrán desplegado una serie de sensaciones que son tu “respuesta personalizada al miedo”.
Toma nota de esta secuencia.
Vuelve a repasar el incidente desde el principio, como si echaras hacia atrás la película hasta el momento en que tenías más calma antes de que empezara el conflicto interno
¿Qué ocurre en tu cuerpo en esa pequeña fracción de tiempo inicial al perder la calma? Sensaciones físicas, no opiniones ni juicios, ni siquiera intentos de soluciones.
¿Qué se cierra, qué se gira, qué se vacía en ese instante?
Tómate tu tiempo para hacer esto varias veces mientras sigues observando tu cuerpo. Puede que en un principio sólo notes un nerviosismo generalizado, pero quédate y busca el origen físico de ese nerviosismo en tu cuerpo. Dale tiempo a tu cuerpo para que te muestre lo que le pasa, el cuerpo es más lento que la mente, deja que tu mente te dé todas las explicaciones que quiera y déjalas pasar, pero escucha a tu cuerpo. Sólo sensaciones físicas, recuerda.
Cuando tengas bien claro el punto de origen de toda la secuencia, simplemente quédate ahí y dale todo el espacio y el tiempo que necesite para mostrarse. Dale toda tu presencia, recordándole a tu cuerpo en ese punto que aquí y ahora estás bien, que estás leyendo este artículo y no pasa nada.
De nuevo, date tiempo, más tiempo y espacio, para esto último hasta que sientas que recuperas la calma completamente.
(Si te hiciese falta, al final de este post tienes un audio para relajarte y volver a la normalidad.)
La finalidad de este ejercicio es separar, o al menos empezar a aprender a hacerlo, dos aspectos de nosotros mismos que han quedado enredados: la mente y el cuerpo.
A
El cuerpo se cree todo lo que dice la mente
Este mecanismo biológico de protección funciona muy bien a nivel físico y seguro que nos ha salvado la vida o de un daño serio más de una vez. El problema está en que los humanos tenemos una mente muy poderosa y en que el cuerpo se cree todo lo que dice la mente, acuérdate, por ejemplo, de cómo reacciona tu cuerpo cuando estás viendo una película de acción o de terror. Así que, aunque no haya un peligro real, imaginar que sí lo hay dispara el mecanismo básico del miedo, con lo que tenemos los mismos síntomas: se nos hace un “nudo en el estómago”, “se me cogen los nervios” que dicen algunas de mis clientes llevándose la mano al plexo solar, el corazón se agita y la capacidad mental se reduce creando un embudo que nos impide pensar con claridad, esto es, tener un abanico amplio de elecciones posibles. Y según hayamos aprendido a reaccionar en nuestra infancia, huyendo, atacando o “congelándonos”, así mostraremos distintos síntomas: flojera, rigidez, ataques de rabia, entorpecimiento de nuestra movilidad y capacidad de manipulación, etc. Cada persona tiene su propio repertorio y su propia forma de experimentar, entender y lidiar con el miedo.
Aunque de adultos se nos dispara nuestra personalizada estructura del miedo simplemente con pensar en algo amenazador, y en este sentido no es real, eso no quiere decir que no lo haya sido en el pasado, en nuestra infancia fundamentalmente. Algunos de esos hechos habrán tenido que ver con situaciones de peligro físico, un accidente, o un susto de cualquier tipo. Pero, en su gran mayoría, aquellas amenazas no vinieron de fuera de nuestro entorno familiar, sino de dentro, de donde debiéramos haber experimentado una seguridad suficiente.
Algo que no se enseña en las escuelas y nadie les dice a los padres, a no ser que ellos se interesen en investigar, es que los niños, además de casa, comida, ropa, etc., esto es, de las necesidades físicas, tienen necesidades básicas psicoemocionales, fundamentalmente ser queridos y ser valorados. De forma que cuando un niño experimenta la retirada del afecto o la valoración de sus progenitores o cuidadores, se siente amenazado en lo más profundo de sí mismo, en su ser. Y esto el niño lo siente no sólo en su alma, por así decirlo, sino en su cuerpo. Ya que el cuerpo hace de vehículo del alma a través de su sentir: sus sensaciones físicas y sus sentimientos, y, por lo tanto, se le dispara el mecanismo básico del miedo igual que si el peligro fuera físico.
Además esto empieza a ocurrir mucho antes de que ese ser humano tenga la capacidad de comprensión y respuesta necesarias para hacer frente esa amenaza, sin olvidar que la amenaza viene justo de aquellos que debieran protegerlo adecuadamente, lo que pone al niño entre la espada y la pared. Haga lo que haga está ya en un conflicto, tanto si ataca como si huye, una parte de sí queda sin poder ser expresada y atendida, de forma que el niño la relega a algún rincón de su psique y esto queda asociado con la estructura fisiológica de protección que mejor le funcione para defenderse o afirmarse a sí mismo. El niño sigue creciendo, no puede hacer otra cosa, la vida le empuja imparable, y, a medida que su consciencia adquiere niveles de complejidad más elevados, va elaborando y reelaborando su peculiar sistema para manejar el miedo. Así hasta que, en la edad adulta, funcionamos prácticamente sin darnos cuenta de que hemos crecido sobre esta limitación de nosotros mismos. Normalmente no somos conscientes de cómo responde nuestro cuerpo y nuestro yo profundo ante situaciones que no representan una amenaza física, pero sí una amenaza a nuestro ser.
Pero, por así decirlo, el miedo ha quedado ahí dentro. Si las experiencias de desvalorización y rechazo fueron muy fuertes, la persona tendrá problemas psicológicos en su edad adulta. Si fueron moderadas podrá manejarlas y tener una vida más o menos llevadera o hasta satisfactoria. Pero por pequeña o grande que sea esta estructura interna del miedo, la inmensa mayoría de los seres humanos, crecemos con ella. Y está bien, porque justo eso nos ayuda a sobrevivir, a prosperar, a ser la persona que somos.
Cómo manejar el miedo
El miedo es una emoción natural que sirve para protegernos, así que no se trata de erradicar el miedo totalmente, ya que nos ayuda a movernos a través de la existencia material más fácilmente y con seguridad. La cuestión es que el miedo sea una herramienta de prevención a nuestro servicio y no el dirigente oculto de nuestra vida.
El miedo, a nivel profundo, se expresa en nosotros como una inquietud o una rigidez, fundamentalmente en el plexo solar, aunque pueden superponerse multitud de síntomas, cada uno tenemos nuestro repertorio. Si intentamos manejar el miedo cambiando nuestros pensamientos, lo más seguro es que actuemos desde el guión que aprendimos en nuestro desarrollo, lo bloquearemos o le quitaremos importancia, o bien sucumbiremos a él y perderemos el control, pero seguirá ahí, bien profundo en nuestro cuerpo. Esto ocurre en una secuencia rapidísima ya que es un proceso automatizado gestionado por nuestro pensamiento inconsciente.
Nos llega un estímulo que nos provoca miedo, algo en nuestro interior se encoge o se inquieta, la “coraza” de protección se activa a nivel físico y de inmediato nuestra mente encajonada justifica cualquier respuesta que ya traemos aprendida, frente la situación que estamos viviendo ahora. Al final, esto nos lleva a no estar satisfechos con nuestro comportamiento o con el de los demás, según sea nuestro estilo personal: culpar o culparnos. Pero sólo nos damos cuenta de esta última parte de la secuencia, la explicación o la justificación que nos damos. Lo anterior es tan rápido y se ha hecho tan habitual que no somos conscientes de ello.
Por esto, para aprender a actuar desde la calma y no desde el miedo, lo primero que necesitamos es pararnos, interrumpir la secuencia, hacernos conscientes. Para empezar a manejar el miedo, da igual en qué punto de la secuencia nos paremos, lo importante es pararnos, cortar las reacciones automáticas. Una vez calmado el cuerpo, podremos considerar el responder de una forma nueva, distinta.
El miedo funciona como una ola que nos alcanza, si aprendemos a permanecer firmes, a pararnos, la ola se va y nosotros, poco a poco, recuperamos el control y la sensatez.
La forma más sencilla de hacerlo, una vez que nos percatamos que estamos en la secuencia del miedo y nos hemos parado, es centrarnos en la respiración. Como ya están disparados los mecanismos fisiológicos de defensa, lo más normal es que la respiración esté agitada y sintamos que se corta en una zona alta del cuerpo, en la parte alta del pecho o incluso en la garganta. No importa, aceptamos que está ahí y, simplemente nos hacemos conscientes de cómo el aire entra y sale. Como la mente estará confundida y agitada, necesitamos centrarla, darle algo que hacer.
Ejercicio de respiración para recuperar la calma y centrarnos.
Cuento UNO al inspirar (repito el número mentalmente en mi cabeza)
DOS al espirar
TRES al inspirar
CUATRO al espirar
y así hasta DIEZ al espirar
y entonces simplemente vuelvo a
UNO al inspirar
y empiezo de nuevo
hasta que noto que estoy calmado.
Si se me va la cuenta en algún momento, sencillamente empiezo de nuevo:
UNO al inspirar…
También podemos recitarnos una frase ligándola a la respiración, por ejemplo, “al inspirar tomo calma, al espirar suelto tensión”. Lo importante es darle a la mente algo que sea sencillo, neutro, a lo que pueda agarrarse. En algún momento notaremos que la respiración ha ido entrando más profundo, cuando está a la altura del estómago ya empezamos a recuperar el control. Si queremos hacer más profunda la calma, dejamos que la sensación de respirar baje hasta el ombligo. Sólo entonces podemos explorar nuestra mente y rebobinar, por así decirlo, para descubrir con nuevos ojos qué es lo que realmente nos perturbó y qué secuencia siguió nuestro cuerpo. O, simplemente, enfrentar esa situación desde la calma y no desde el miedo.
Esto es mucho más fácil de hacer si practicamos regularmente técnicas de relajación y de meditación. La práctica del Yoga o del Taichi Chuan también es muy recomendable. El taichí es, en su origen, un arte marcial para el combate cuerpo a cuerpo. Al contrario de otras artes marciales basadas en usar la fuerza contra el oponente, en el taichí lo que prima es permanecer tranquilo, centrado y enraizado para que sea la misma fuerza del contrincante quien le venza.
La calma interior es fundamental para avanzar en nuestras vidas por el camino correcto, conectados con nuestro ser profundo, abiertos a su sabiduría para que nos guíe, y con nuestra mente práctica expandida para poder escoger y dar los pasos más adecuados. Dicho de otra manera, si estamos profundamente en calma ya no reaccionamos a lo que nos pasa en la vida, sino que actuamos con libertad y coherencia.
Las circunstancias no importan,
lo único importante es cómo estamos por dentro.
Bashar
Y para que empieces a tomar contacto con tu interior, aquí te dejo un primer audio de relajación. Espero que lo disfrutes. ¡Ah!, puedes descargártelo si quieres para escucharlo cómodamente donde quieras. ¡Gracias a Manuel Álvarez por permitirme utilizar su preciosa música de paisaje de fondo. ¡Un abrazo!