La Depresión 1. ¿Salvados, condenados o en libertad vigilada?
A raíz del programa de televisión «Uno de cada cinco» de Salvados de Jordi Évole se ha vuelto a hablar de la depresión como una de las «enfermedades mentales» que más nos afectan en la sociedad de nuestro tiempo. Aunque muy interesante por las opiniones de primera mano de l@s afectad@s que aparecen, en este programa sólo se le da atención al enfoque oficial: médico-farmacológico (antidepresivos, electroshocks,…) y de la psicología conductual-cognitiva, y se deja totalmente de lado el enfoque político-social (ver artículo de Martín Correa-Urquiza) y, no digamos ya, el de la psicología humanista de este trastorno que arruina la vida de tantas personas en el mundo, por lo que me gustaría hacer aquí una aproximación desde la terapéutica humanista al tema. Espero que te sea útil.
Puedes ver el programa completo aquí, sólo si te registras en A3media.
En este otro link puedes ver algunos fragmentos en abierto del mismo programa.
¿La depresión de qué?
Lo que se deprime es el ánimo, así que, para empezar tendríamos que preguntarnos qué es el ánimo. La respuesta de los psicólogos conductuales es que es el tono vital-emocional que tenemos en relación a nosotros mismos y hacia las cosas que nos pasan en la vida, y que depende de que tengamos activos y en suficiencia determinados neurotransmisores que son los que regulan ese tono vital. Para mi ésta es una respuesta superficial e incompleta que, además, nos despoja de la capacidad de autorregulación en lo esencial y nos quita nuestro legítimo derecho a convertirnos en seres humanos libres.
Para mi, el ánimo es, por muy simple que parezca, lo que nos anima y me parece muy limitado atribuir su origen a un desequilibrio químico del cerebro. A mí lo que me anima es lo más profundo y esencial de mí mismo. Aquello que está más allá y es más primordial que mi persona, que mi mente o mi cuerpo. Es lo que en un lenguaje existencial llamamos el alma o el ser. Es nuestra esencia individual, aquello que nos mueve a experimentar y desarrollar en la vida nuestros intereses más elevados, más profundos. A sentir que valemos en la vida, que en ella podemos desarrollar nuestro entusiasmo y crecer como seres humanos. (Aquí tienes un audio que te puede aclarar este término: experimentar el ser)
Cuando creemos que en la vida no hay nada para nosotros, cuando pensamos y sentimos que la vida es un pozo oscuro del que nunca podremos salir, el ánimo, el alma se deprime, se hunde, y abandona desesperanzada su proyección en el mundo material.
¿Cómo y porqué se abisma nuestra alma?
En circunstancias personales de especial dureza, de pérdidas severas, enfermedades incapacitantes, accidentes graves, situaciones de guerra,… es normal que nos veamos en el dilema de rendirnos y sucumbir, o levantar el ánimo y seguir para adelante. Esto es lo que en psiquiatría convencional se diagnostica como depresión exógena.
Dependerá de nuestra propia fortaleza y del estilo individual que hayamos desarrollado para afrontar la adversidad lo que hará que la balanza se incline hacia un lado o el otro. Si tenemos incorporadas malas estrategias para manejar las dificultades, será más fácil que caigamos en el hoyo negro de la depresión.
En otras ocasiones las pérdidas que sufre la persona no son aparentemente tan severas, serían las depresiones llamadas endógenas que la psiquiatría oficial describe como desequilibrios químicos en el cerebro, pero para esa persona esas pérdidas deben ser muy importantes, dado que las consecuencias son tan nefastas.
Comentaré algo más sobre el tema de la química cerebral, en absoluto niego que haya cambios químicos relacionados con el ánimo, lo que digo es que no son el origen del trastorno excepto quizá en contadísimas ocasiones. No podemos separar el sistema cuerpo-mente-alma (si el concepto alma te resulta incómodo, tradúcelo por cuerpo-mente-consciencia). Así que seguramente es posible que una disfunción genética provoque una síntesis deficitaria de neurotransmisores, o que una situación medioambiental tenga el mismo efecto (falta extrema de sol, por ejemplo). Pero no nos confundamos, quien regula nuestro tono vital es nuestra mente, más en particular nuestro sistema de creencias, que hace de interruptor, on/off, de nuestro ánimo y no el cerebro; el cerebro no es mas que el hardware, incluida la química cerebral, la mente es el software, la programación que gestiona nuestro ánimo.
La depresión, en la inmensa mayoría de los casos, según mi opinión, es provocada por un engañoso laberinto mental de autodescalificación para la vida, cuando la verdad es que ya estamos vivos, así que la Vida misma ya nos ha cualificado para vivirla hasta donde tengamos potencial para hacerlo. Los mensajes de nuestra mente son capaces de provocar cambios químicos en nuestro cerebro y, por tanto, cambios en el tono corporal y emocional. Pero lo importante no es la química, sino nuestra actitud a favor o en contra de valer en la vida.
¿Dónde está entonces el origen de la depresión?
Dicho de otra manera, ¿cuándo adquirimos o creamos esas ideas erróneas acerca de nosotros mismos y nuestra capacidad de estar bien en la vida?
La respuesta es evidente, cuando configuramos nuestro sistema de creencias y esto ocurre a lo largo de toda la infancia, incluida la gestación, a medida que vamos decidiéndo, consciente o inconscientemente, quiénes somos; con una etapa particularmente importante que es la adolescencia, en la que confirmamos o cambiamos los permisos para ser nosotros mismos en diferentes aspectos que ya traemos configurados de las anteriores etapas de la infancia en las que somos más dependientes de quienes nos cuidan y, por tanto, de quienes nos dan una primera idea de lo que es el mundo y lo que podemos hacer o no en él.
Como ya he descrito en anteriores entradas (ver post) y confirmo constantemente en mi práctica terapéutica, es increíble el daño que se puede hacer a un ser humano cuando en su infancia se le impide ser él o ella misma, o se le ponen condiciones para serlo. Cuando estas condiciones son extremas, el niño se desarrolla creyendo que la vida es hostil o que no está capacitado para ser él mismo, ella misma, en la vida.
Si las condiciones que se le ponen en su desarrollo no son extremas, o ese ser humano puede cambiar las interpretaciones que le han dado o ha adquirido para sí mismo, entonces se llega a una renuncia parcial de lo que es, a cambio de satisfacer la necesidad de pertenecer (la necesidad de pertenencia será objeto de un próximo post) a la familia, a un cierto estatus o a una sociedad o cultura determinada, a cambio de cubrir la necesidad de ser acogido, de ser cuidado.
Entonces ¿porqué la gente que sufre depresión no lo relaciona inicialmente con su infancia?
Muchos de los afectados cuentan: » Yo estaba bien y, de repente, todo se volvió una mierda. Yo no era así antes.» Y quejas similares. Para esta «aparición de la nada» del trastorno hay varios motivos.
En primer lugar porque la información que reciben de los responsables de salud mental, de las asociaciones relacionadas y de los medios siguen el enfoque biologicista que explican el trastorno como un problema biológico y no de desarrollo, no digamos ya existencial, como se aprecia en el programa de TV comentado al principio de este artículo. Valga como ejemplo esta explicación que da el médico entrevistado dándole la vuelta a la comprensión de la pretendida enfermedad.
Empieza describiendo los síntomas que se usan para hacer el diagnóstico: «incapacidad para sentir placer, incapacidad para tomar responsabilidad y manejar el estrés. Intolerancia neurótica al dolor o la incomodidad, alteración de los ciclos de sueño, problemas cognitivos, de atención y concentración…» Y termina diciendo: «…todo esto, y encima después las ideas que se van pasando por la cabeza. Todas las ideas son consecuencia de esto. De culpa, de negación, de que no eres tú… ideas de ruina… de muerte… la vida es un día detrás de otro sin que haya nada agradable… en cambio tú ves los puntos negativos más claros que nunca, pues dices… para qué?»
A continuación, en este mismo extracto del programa (son sólo tres minutos), la catedrática en Psicología reconoce que «hemos avanzado mucho en la prevención y tratamiento de otras enfermedades, pero no en ésta».
Pues lo mismo están mirando en la dirección equivocada y tienen que volver a poner el caballo antes que el carro, la desvalorización escondida en el sistema de creencias antes que los cambios en el cerebro.
Además, las personas que sufren depresión, cuando van al profesional de salud mental éste no se interesa por su historia de vida, normalmente sólo se les pregunta por los síntomas que tienen en ese momento y se les prescribe medicación para intentar paliarlos. Con suerte pueden recibir unas cuantas sesiones de terapia conductual-cognitiva demasiado espaciadas en el tiempo y de muy corta duración. Nadie les indica dónde mirar para salir de su problema, así les parece que les hubiera caído del cielo.
Pero esa es sólo la explicación «exógena», parafraseando la terminología de diagnóstico. La razón «endógena» es porque todos los seres humanos necesitamos valer en la vida, sentir que lo hacemos bien, así que los pensamientos y respuestas de desvaloración que el niño o el adolescente experimenta las va guardando dentro de sí mismo lo más profundo que puede, justificando esas presuntas incapacidades, para poder seguir adelante. Y así lo hace sin duda, esforzándose o adaptándose, mirando hacia adelante, intentando escapar de algo de lo que le es imposible escapar ya que lo lleva dentro.
Por muy escondido o disimulado que esté, sigue estando ahí, afectando sin que nos demos cuenta a todas las actitudes y actos en la vida que estén lastrados por la prohibición de ser nosotros mismos. Así que miramos en la dirección equivocada, hacia afuera, justificando, despejando balones, o repartiendo culpas a la vida o a la fortuna, cuando lo que necesitamos es pararnos y mirar en la dirección contraria, hacia adentro. Así que aguantamos lo que podemos sosteniéndonos sobre lo que nos ha servido para llegar hasta allí, hasta que esas creencias internas cogen demasiada fuerza como para sujetarlas o hasta que las estrategias que antes nos sirvieron ya se muestran inútiles para gestionar la adversidad en la vida.
Todos los seres humanos necesitamos valer en la vida, si no,
nuestra alma se esconde y perdemos el entusiasmo
Esto se muestra de muy diversas maneras según las distintas personas y la diversidad de experiencias en sus vidas. Por poner un ejemplo, algunas personas en su infancia al estar inmersas en hogares donde las relaciones familiares están teñidas por la tristeza, las discusiones, la falta de armonía en fín, deciden ser «la alegría de la casa» para hacer más llevadero ese entorno familiar a sí mismas y a los suyos. Pero esta decisión tomada en la infancia obliga a la persona a guardar dentro de sí toda la tristeza y disarmonía que ella también sufre. El concepto que tiene de sí misma en la adolescencia o en la juventud es la de una persona alegre que puede con todo. Pero resulta que al casarse, por ejemplo, y formar su propia famila se repiten patrones que empiezan a hacer resquebrajarse a ese personaje que cree que puede dar felicidad a todos los demás olvidándose de sí misma. Sus propias necesidades no satisfechas, la sensación de fracaso y la desesperanza pueden hacerla caer en un estado depresivo del que no sabe salir sin traicionar la imagen que tiene de sí misma.
Hay infinidad de casos diferentes, con múltiples variables que llevan al mismo resultado. El hundimiento. Lo que tienen en común todos ellos es la persona enredada en sus creencias esperando a que algo o alguien la salve en el mejor de los casos, cosa que nunca llega, o girando como un ratón en la rueda de su crítica mental y malestar internos, sin poder mirar más profundo porque no sabe cómo.
Ésto también tiene un plus de dificultad para poder hacerlo solos, sin ayuda terapéutica cualificada, porque lo primero que encontramos al mirar dentro son el dolor y la tristeza de estar «haciéndolo mal», en el mejor de los casos, si no es la devastadora creencia de «no valer para nada». (Aquí recomiendo leer los posts de este blog donde explico cómo funciona, y cómo resolver, la cruel relación entre el Tirano y el Niño Interno.) Así que no es ese un sitio donde queramos ir, lo que agrava aún más el trastorno porque ya no tenemos futuro, pero tampoco posibilidad de cambio porque «yo soy así» y «no tengo remedio».
En este sentido, reconozco que la medicación sí puede ser de ayuda para que la persona, al sentirse mejor, recupere sus propias fuerzas para vencer al desánimo. Pero si las prohibiciones o los mandatos perversos que lleva incorporados son demasiado fuertes o especialmente retorcidos o engañosos, será difícil que salga del pozo, aún con medicación. En el mejor de los casos obtendrá el alivio que obtienen los alcohólicos al aceptar el «yo soy alcohólico» siguiendo el método de los doces pasos que los condena a ser alcohólicos para siempre aunque ya no beban. Al aceptar el «yo soy depresivo» pueden quedar rehenes de los antidepresivos hasta que algún día remoto se liberen por sí mismos o sucumban. Buena noticia para el negocio de los psicofármacos, pero mala para su libertad y autenticidad personal.
En cualquier caso, todos somos responsables de nosotros mismos, incluso si delegamos esa capacidad, y eso nos hace libres de escoger la mejor solución para nuestros conflictos internos, y yo menos que nadie, dada mi condición de terapeuta humanista, soy quién para rechazar las elecciones de los demás seres humanos.
En el próximo post ampliaré el tema hablando de las trampas invisibles que nos dificultan salir de la depresión y propondré recursos para que quien esté afectado pueda empezar mirarse distinto y dar los primeros pasos fuera del pozo, hacia la luz.