Cómo manejar las emociones
Recuperar la calma
Para poder empezar a gestionar las emociones lo primero es saber reconocerlas, identificar si estamos tristes o enfadados o si tenemos miedo, etc., y así darles permiso para continuar su proceso natural hasta que se extingan por sí mismas y quedar en calma de nuevo como explicaba en el post anterior. Hay muchas personas que tienen dificultad para hacer esto por distintos motivos.
Muchos niños se educan en hogares donde está tácitamente prohibido expresar alguna emoción en concreto, incluso cualquier expresión emocional en general, así que no saben cómo se sienten porque sus padres no se lo reflejaron, le quitaron importancia o directamente lo prohibieron, el ya viejo “los hombres no lloran” o “que fea te pones cuando te enfadas”. Es una cadena de ignorancia ya que esos padres a su vez fueron niños sin permiso para expresar sus emociones, porque sus padres a su vez… De esta manera hay personas que no saben reconocer cómo se sienten.
La historia puede ser incluso más retorcida, de niños podemos aprender que las emociones “inconvenientes” deben ser sustituidas por otras más “convenientes”. Así hay personas, por ejemplo, que cuando se enfadan, sonríen y se muestran complacientes. Otras, aunque quieren disfrutar de algo, muestran desprecio.

El primer paso para gestionar las emociones es reconocerlas
También hay personas tan centradas en la actividad externa que el mundo interior lo dejan olvidado. Corren huyendo de sus propios sentimientos mientras hacen responsables a los demás o a las circunstancias de su malestar sin llegar nunca a enfrentarlo, buscando la solución afuera cuando está dentro.
Pero para poder enfrentarlo primero tenemos que pararnos, porque nuestra mente ha aprendido a sacarse explicaciones de la manga que aparentemente solucionan lo que nos pasa adjudicándole la responsabilidad a cualquier otro. “Ella me engañó”, “el mundo es horrible”, “siempre tengo mala suerte”, “yo soy así y no lo puedo evitar”, etc., etc., etc. La información que surge de la mente llega muy rápido porque ya está escrita de antemano, tuvo su utilidad en nuestra infancia, y como nuestro cerebro procesa rapidísimo, está automatizada. Así que nuestra mente superficial nos engaña con la intención de ayudarnos, pero así impide que el cuerpo dé la información real que necesitamos: ¿cómo me siento yo con respecto de esto que me sucede?
La información del cuerpo surge más lentamente, necesita tiempo. Así que nos toca decirle que sí a la vieja respuesta automatizada, que ya atenderemos eso luego, y poner nuestra intención y atención en simplemente quedarnos sintiendo cualquier cosa que sintamos en el cuerpo, dándonos permiso para no saber y para no tener que actuar inmediatamente. Ni reprimir, ni dejarnos llevar. Sólo quedarnos y darle más y más espacio a la emoción, a las sensaciones físicas. Y eso muchas veces da miedo, porque cuando éramos niños y no nos enseñaron a manejar esa emoción, pensamos que algo muy malo iba a ocurrir si le dábamos salida. Para poder hacer esto tenemos que haber trabajado antes el manejo del miedo y del estrés. Recuerda: “Lo primero tranquilo”. Al menos lo suficientemente tranquilo como para escuchar lo que necesitamos escuchar de nuestro cuerpo.

El segundo paso es pararnos, mirarlas y darles permiso y espacio para estar ahí
La emoción está en el cuerpo, así que tenemos que centrarnos en las sensaciones corporales, que no son muy agradables de sentir, pero ya no somos niños y le toca a nuestra parte adulta imponerse con su sentido común y hacer lo que de verdad es mejor para nosotros en ese momento. Y lo mejor es hacernos dueños de esa emoción para que no nos arrastre como un caballo desbocado. En casos extremos de descontrol emocional, que suelen corresponder con personas con infancias difíciles o que han pasado por incidentes muy traumáticos de adultos, hace falta la ayuda de alguien externo que nos acompañe y nos guíe en el proceso. Así que si no puedes, no te culpes ni desesperes y busca un terapeuta entrenado en trabajar con el cuerpo que sea de tu confianza.
Una vez que podemos sentir de verdad la emoción, tenemos que darle salida. Pero no vale de cualquier manera, y mucho menos de la forma en que solíamos hacerlo, esto es, descargándola en los demás. Recuerda, tú eres dueño de tus emociones, tú las sientes, están dentro de ti, así que son tuyas, independientemente de cómo se hayan generado. Es lo que se llama el “juego de la patata caliente”, yo tengo en mis manos una patata que quema y cuando se la paso al de al lado yo me alivio y el otro se queda con ella. Así creamos una cadena de malas sensaciones y sentimientos, que en algún momento volverá a nosotros. El papá llega a casa cabreado por el trabajo y se enfada con su pareja, la mamá regaña al niño, éste le da una patada al perro para soltar su frustración, y el perro muerde al cartero que tira esa carta tan importante que el padre estaba esperando y así le vuelve el boomerang.
El tercer paso es asumir la emoción como propia:
“Yo soy dueño de mis emociones”
Se trata de parar esa cinta continua de malestar, para ello nos hacemos dueños de nuestra emoción y la descargamos en un entorno seguro para nosotros y los demás.
Si es tristeza nos buscamos un lugar adecuado para poder recogernos, ir dentro y llorar o dolernos a gusto. Si tenemos un mínimo de tranquilidad, esa parte tranquila cuida a la parte triste. Una vez descargada, la tristeza se marcha.
Pero cuidado, porque hay dos formas de sentir la pena, de llorar. Si lloramos o nos dolemos inundados por pensamientos negativos: “no hay remedio para esto”, “nunca me va a salir bien”, “sufro así porque me lo merezco”, “el mundo es horrible y no tiene solución”, etc. lo que hacemos realmente es cargar más pena en un ciclo acumulativo. Si lloramos centrados en el dolor y la tristeza con la intención de descargar, la ayudamos a aliviarse. De nuevo, para poder hacer esto, hace falta tener o haber recuperado un cierto nivel de calma interior.
Si es rabia necesitamos darle salida a esa energía tan fuerte, podemos golpear la cama con una almohada, o poner música a todo volumen y desgañitarnos a gritar o dar puñetazos o patadas al aire sin hacernos daño, mientras pensamos en lo que nos ofendió. O garabatear con rabia en un papel todo lo agresivo que surja en nuestra mente. Después, cuando te hayas descargado, no te olvides de destruir el papel o arreglar la cama, y así alinearte de nuevo con tu paz interior.
Si es miedo, como el miedo altera nuestro corazón además de encogernos las tripas, puedes hablar con tu corazón como si fuese un niño o un animalito asustado. Literalmente, pon en tu mente o en tu boca las palabras y la entonación que usarías para calmar un bebé asustado.
Todo esto siempre en un entorno seguro y donde sepas que nadie te va a molestar ni interrumpir, ni tú vas a pasarle tu «patata caliente», o hacer daño, a nadie.
El cuarto paso es dejarla ocupar dentro nuestro tanto espacio como necesite, acompañándola en todo su recorrido de salida hasta calmarnos
Hay muchos otros recursos para gestionar las emociones, seguro que tú tienes el tuyo propio y puedes perfeccionarlo si añades a la receta alguna de estas ideas que te ofrezco. Tómate un momento para pensar en ello.
Y, para finalizar, si es alegría en exceso, nos toca ser conscientes de ese momento al que llegamos en algún momento de «la fiesta» y es corporalmente reconocible porque ya no es el adulto quien guía nuestra diversión, sino el niño, que siente que está a punto de hacer una travesura, esa sensación de desafiante excitación infantil, o ya después, cuando tenemos la experiencia del “me han pillado”. Si aprendemos a reconocer ese momento en nosotros, podremos pararnos, cambiar nuestro comportamiento y ahorrarnos muchos momentos incómodos. Me extenderé más sobre esto cuando hable en otros capítulos sobre los juegos psicológicos y el Niño Interior.
También hablaré en un próximo post de un quinto paso: cómo volver al pensamiento original que disparó la emoción en nuestro cuerpo para aprender a cambiar nuestras respuestas emocionales aprendidas. Aunque ya tienes algo de información publicada sobre este aspecto en el post Cómo hablar con el Cuerpo, las Emociones, la Mente y el Alma.
Espero que esta información te ayude en tu vida cotidiana. Mis mejores deseos y hasta la próxima.
Y ya sabes: Lo primero, siempre, tranquilo, tranquila.