Cómo cambiar la respuesta emocional
Alcanzar la claridad
Es muy común la creencia de que las emociones no se pueden cambiar, surgen y ya está. Aparecen porque sí y qué le vamos a hacer, somos así. Pero no es cierto. Una emoción más fuerte, el miedo a la autoridad por ejemplo, o el suficiente interés por conseguir algo, pueden cortar o modular la respuesta emocional radicalmente.
Para poder cambiar nuestras respuestas emocionales habituales es fundamental entender que detrás de cualquier emoción siempre hay una idea o una creencia, a veces evidente, consciente, y a veces inconsciente o “inaudible” para nosotros mismos. Aunque nos parezca mentira, una emoción no surge si no hay una idea detrás. Lo que ocurre es que esa idea, por un lado, queda oculta ya que la descarga emocional corporal es muy intensa y tapa el pensamiento original que provocó la descarga. Y, por otro lado, a medida que hemos ido creciendo hemos hecho habitual esa respuesta, tanto que ya no nos paramos a averiguar por qué respondemos emocionalmente de esa manera, la descarga ha quedado justificada en nuestra mente. Todas las valoraciones de lo que nos ocurre y de las consecuencias de responder de la manera aprendida pasan por nuestra mente como un relámpago, tan rápidas que no somos conscientes de ellas. Se han hecho tan habituales que no las vemos.
Por eso, si de verdad queremos ser dueños de nosotros mismos, tenemos que mirar ese proceso interno a cámara lenta y así poder distinguir la secuencia de valoraciones mentales y de respuestas corporales que hemos realizado en una fracción de segundo. Para poder hacer esto necesitamos que la alteración emocional haya bajado y esté a un nivel manejable, así que, si no lo has hecho ya, te recomiendo que leas antes estos dos primeros posts de la trilogía sobre las emociones:
Cómo funcionan las emociones
Cómo manejar las emociones
También necesitamos saber que el sistema Mente-Cuerpo funciona por carriles. Esto es, situaciones o recuerdos parecidos despiertan en nosotros determinadas sensaciones y emociones corporales que están relacionadas con determinadas ideas acerca de nosotros mismos. Dicho de otra manera, cuando nuestra mente se asocia con algo (una situación real o un recuerdo) surge una idea preconcebida de nosotros mismos e inmediatamente el cuerpo se lo cree, y entonces se estructura física y emocionalmente según la vibración de una emoción o sentimiento determinados.
Un ejemplo que suelo poner para explicar esto: si voy paseando por la calle y alguien que pasa a mi lado lleva un perfume similar al que usaba aquella profesora que me castigó injustamente, es muy probable que vuelva a tener sentimientos de rabia, frustración o injusticia. Sin entender siquiera por qué me siento así.

El cuerpo se cree todo lo que dice la mente
Así que, continuando con el proceso de aprender a gestionar nuestras emociones, una vez que la ola de la emoción ha bajado y estamos suficientemente tranquilos, debemos tomarnos un tiempo para recordar exactamente qué estábamos haciendo cuando surgió la emoción. Como ya estamos más en control, volveremos a sentir los cierres o las tensiones corporales y la emoción, pero con una intensidad manejable. Nos centramos entonces en la sensación física que más llame nuestra atención (estómago cerrado, agitación en el vientre, tensión en los brazos o en la nuca, etc.) y, sencillamente, le preguntamos: “¿porqué te cierras?” o “¿porqué aprietas?”. O si es una emoción: “¿por qué estás triste?” o rabioso, o lo que sea que sintamos. Y, si esperamos pacientemente dejando pasar las explicaciones conocidas de la mente, de la sensación desagradable o de la emoción, surgirá una respuesta. La clave está en que es algo que surge, no es un pensamiento o una explicación mental que ya conocemos. Si esa fuese la explicación real ya lo habríamos solucionado y no tendríamos la molestia, de la misma forma que a lo largo de nuestro desarrollo ya hemos aprendido a lidiar con otros conflictos internos que ahora no nos molestan. Pero tenemos que esperar más de lo que estamos acostumbrados, pues la información que surge del cuerpo lo hace más lentamente que la que viene de la mente que ya está escrita, pues la grabamos de antemano en la infancia cuando nos enfrentamos a una situación similar que no pudimos resolver y ha quedado oculta. Es como si estamos junto a un pozo y queremos saber si tiene agua, pero no vemos el fondo, ¿qué hacemos? tiramos una piedra y esperamos a que el sonido de vuelta nos diga si está seco o no, esperamos a que nos dé la información escondida que buscamos.

Podemos “hablar” con nuestro cuerpo
Así que descartamos lo que se nos pasa por la mente y nos quedamos con lo que surge. Muchas veces la sensación es que es algo extraño o tonto, curiosamente eso es señal de que vamos por buen camino, pues lo que estamos buscando es algo que ha sido rechazado o tapado por nuestro sistema de creencias por considerarlo inadecuado. Y, por tanto, es normal que nos resulte difícil aceptar eso de nosotros mismos y, además, surge junto con la crítica que lo obligó a esconderse.
Por poner un ejemplo bastante común, si de niños tuvieron poca paciencia con nosotros y, ante nuestros intentos de aprender a hacer bien las cosas, manipular objetos por ejemplo, nos dijeron: “qué torpe eres” o “te pareces a tu tío Juan que era un desastre” o algo similar, como todos los niños necesitan valer, sentirse capaces, al no atender los cuidadores esta necesidad básica, algo dentro del niño se encoge. Así sentimos la desagradable sensación de no valer, seguramente un nudo en el estómago y la rabia contenida por ser despreciados, y sobre esa sensación, repetida cada vez que nos sometían a ese rechazo, pusimos una explicación e incluso a veces otra emoción. Pudimos, por ejemplo, engrandecernos a nosotros mismos en el mundo de la fantasía privada, los juegos, donde éramos todopoderosos, para compensar nuestro sentirnos de menos, y en las situaciones reales sonreír y mirar para otro lado, dejando pasar la ofensa. Al crecer, todo eso queda en un olvido piadoso y lo que se muestra es el aparentar ser más que los demás y no hacer frente a los desprecios sacando nuestra “simpatía” o haciendo como si no hubiera pasado nada. Pero por dentro las antiguas sensaciones de miedo a no valer y de rabia contenida siguen guardadas y activas aunque no seamos conscientes.
Continuando con la técnica para cambiar la respuesta emocional, en este caso que acabo de relatar, lo más posible es que si le preguntamos a la sensación física ¿porqué te encoges?, nos dará la respuesta: “porque no vales”. Si seguimos preguntando: ¿porqué no valgo?, dirá: “porque eres un desastre” y surgirán imágenes mostrándonos ejemplos en los que en el pasado nos sentimos frustrados por no poder manejar algo.
Pero ahora ya no nos dejamos derrotar pues ya no somos niños y continuamos la exploración: ¿porqué soy un desastre?… “porque siempre lo haces todo mal”. Aquí nos topamos con los absolutos “siempre”, “todo”, y un reforzamiento de la sensación desagradable, el estómago se cerrará aún más. Como ya explicaré más extensamente al tratar del Niño Interior y el Tirano, cuando nos encontremos en nuestra exploración con un impedimento tajante, absoluto, que nos define o acota totalmente como incompetentes, la pregunta que debemos hacernos es: ¿es esto verdad?, ¿he sido y soy siempre un desastre? Y evidentemente encontraremos en nuestra historia vital sucesos de éxito y de capacidad, por pequeños que sean, que desmienten esa afirmación brutal e incapacitante, “pues no, hice esto y aquello, y me salió bien”.

Y el quinto paso es hablar con nuestro cuerpo, descubrir las ideas perturbadoras que nos hicieron sentir así y sustituirlas por ideas de aceptación y apoyo incondicional
En ese momento, al ser sinceros de forma positiva con nosotros mismos, la presión del estómago se aflojará, y podremos continuar la exploración: ¿cuándo me sentí así por primera vez? Y surgirán recuerdos olvidados de situaciones en la infancia en las que nos desvalorizaron. Entonces podremos conectar con la rabia reprimida que sentimos de niños y dejarla salir adecuadamente contra los que nos confundieron y despreciaron, descargando así esa rabia antigua sin hacer daño a nadie. Y, a continuación, podemos repetirnos a nosotros mismos, enfocados en la zona del cuerpo que necesita liberarse, frases que nos devuelvan nuestra valía o nos den permiso para completar lo que no pudimos llevar a término en la infancia. Por ejemplo, para este caso: “Yo valgo” o “Yo soy hábil” o “Los errores son ocasiones para aprender, la única forma de aprender a hacer algo bien es hacerlo primero mal sin castigarme ni recriminarme por ello”.

Sólo aprendo si me doy permiso para equivocarme
Si aún nos sentimos mal, tendremos que seguir explorando, pues no hemos limpiado del todo los efectos ni la falsa idea incapacitante sobre nosotros mismos. Pero vayamos poco a poco. Si hemos conseguido reducir algo el malestar y sentimos que tenemos mayor comprensión del origen de nuestras respuestas emocionales, ya será un avance. Tenemos que recordarnos que construir nuestra persona sin darnos cuenta de lo que hacíamos nos llevó muchos años, así que ¡cómo no vamos a emplear unos meses para recuperar nuestro bienestar! Por nuestro verdadero Ser, lo que haga falta, no hay nada más importante en nuestra vida que liberarnos a nosotros mismos de toda esa crítica inútil.
En la plenitud del presente, el pasado pierde su carga.
Krishnamurti
Este último paso de la gestión de nuestras emociones nos limpia de la carga emocional negativa del pasado haciéndonos dueños de nuestras emociones en el presente. Para algunos esto no es fácil de hacer por nosotros mismos, pues el camino de la mente está plagado de trampas y callejones sin salida, en estos casos necesitaremos ayuda externa, alguien que esté fuera del bosque y nos acompañe respetuosamente en la búsqueda del camino de salida por entre los árboles. No dudes en buscar una ayuda competente si la necesitas.
Y ya sabes, puedes hacer una consulta gratuita en esta web, estaré encantado de atenderte. O dejar un comentario aquí abajo. Gracias por tu visita. Un abrazo.