Cabezas parlantes
Para completar, sin pretender agotar el tema por supuesto, este primer año del blog dedicado a las emociones, salvo alguna que otra excursión, me gustaría dedicarle este post a la ausencia de emociones, o mejor dicho, a la desconexión emocional.
Cuando no estamos conectados con nuestro cuerpo, la mente realiza un pequeño truco de prestidigitación, hace como que siente pero se inventa la información. Por encima del sentir pone el explicar, cual módulo lunar desprendido de la nave nodriza, deja atrás el cuerpo y aluniza en su propio mundo mental creando una falsa topografía del sentir. Cuando ocurre eso nos convertimos en “cabezas parlantes” que repiten como loros lo que han aprendido sin molestarse en comprobar si la mente corporal-emocional, el sentir, corrobora o no, lo que surge en nuestra mente y arroja nuestra boca con aparente seguridad.
Así que si sufres “ceguera emocional”, si no sientes ni padeces, éste es tu post. Espero que te sirva.
Aprender a no sentir
Las personas que tienen dificultad en percibirse interiormente no es que no puedan, es que tienen razones para no hacerlo. Si carecen de introspección emocional es porque, de algún modo, esto supuso una ventaja para ellos. Puede que en su infancia expresar ciertas emociones estuviese prohibido por sus padres o sus cuidadores. O que, al vivir experiencias duras, sentir se hizo demasiado inquietante, o muy doloroso. Y, de pequeños, enfrentarnos a eso no lo podemos hacer solos, sin el respaldo amoroso de nuestros mayores. Así que si no están ahí para apoyar y aportar comprensión, nos lo guardamos y procuramos no acordarnos que lo hemos guardado dentro.
Esto lleva a muchas personas a aprender no habitar el cuerpo y refugiarse en su mente, con lo que pierden la valiosísima información que viene de las sensaciones físicas y de las emociones, que son las que nos dicen cómo estamos realmente aquí y ahora.
Esto ocurre no sólo en los casos muy graves de maltrato o de abuso sexual en los que la víctima para no vivir el horror del que no puede escapar físicamente, se disocia del cuerpo y deja de escuchar su sufrimiento, su dolor físico, su tristeza, sus ganas de terminar para siempre esa ignominia…
También se puede enseñar a los niños a suprimir emociones selectivamente o a sustituir unas emociones por otras. La plasticidad de los seres humanos puede alcanzar lo increíble, y nuestra capacidad de resistir más allá de la adversidad es digna de asombro y admiración.
En los casos de abuso, volver a sentir puede necesitar de varios años de atención terapéutica inteligente, sensible y muy experimentada. Volver a sentir para estas personas implica adueñarse de los sentimientos que el niño o la niña no pudieron manejar, así que al acercarse a ellos vuelve a abrirse la Caja de Pandora y el cliente tiene que sentirse protegido y haberse nutrido, ahora sí, aunque ya no sea un niño, de todo el amor, el apoyo, la aceptación y sobre todo el respeto que se le negó en su momento, cuando era más vulnerable. Es difícil, es duro, pero también es posible si se escoge al terapeuta, al acompañante adecuado. Es una labor lenta y metódica, un arte compartido. El arte de llevar luz donde sólo quedó horror y oscuridad.
No voy a continuar este tema ahora en el post, sin embargo, dejaré mi recomendación del poderoso y práctico libro para la superación y sanación de abusos en la infancia El Coraje de Sanar de Ellen Bass y Laura Davis. Con explicaciones sencillas y ejercicios contrastados con mujeres supervivientes que realizaron sus propios procesos de liberación. Muy recomendable para terapeutas también.
Los casos de supresión o sustitución de una emoción suelen ser menos dramáticos. Recuerdo a un amigo, todo un personaje radiante de simpatía, que me contaba cómo su madre no le permitía expresar su rabia en la infancia, cualquier conato de enfado era objeto inmediato de asalto cómico, de cosquillas, gracietas o burlas amables, hasta que el niño se rendía y participaba del jolgorio. Lo aprendió sin darse cuenta, incluso con agrado. Pero más adelante en su vida tuvo que volver a aprender a mostrar su enfado en vez de la ironía cómica que le surgía para complacer a una mamá que ya se había ido mucho tiempo antes.
Aún hoy sigue siendo habitual, aunque ya mucho menos debido a la superación social de los clichés machistas, la supresión de emociones “no aceptables” para chicos y para chicas. El ya rancio “los chicos no lloran” o “compórtate como una señorita”, mandatos para suprimir la parte sensible en los varones y el permiso para enfadarse abiertamente en las mujeres. Así que no es una mala idea echarnos un vistazo para ver si de verdad tenemos libertad para expresar las emociones que estamos sintiendo o si las suprimimos de algún modo.
Reconectar con nuestro cuerpo
Lo habitual es que quien no se escucha a sí mismo mantenga continuadamente una dosis muy alta de estrés. Así que, bien tendrá un comportamiento muy activo, también en momentos en los que no necesita toda esa actividad para hacer lo que esté haciendo, o bien, se mostrará muy contenido, reflejando un código propio muy metódico o perfeccionista, incluso severo.
Esta “contención” interna es la que protege de lo que pueda surgir dentro nuestro, cualquier sensación desagradable, y en algunas personas puede serlo mucho, como en los casos de abusos que comentábamos antes, y en otras, puede que no lo sea tanto. Pero siempre será algo que suprimimos hace mucho, mucho tiempo, cuando éramos niños o adolescentes. Y lo que de niños nos asustó mucho o provocó tanta tristeza, ahora es algo manejable para un adulto.
De todas formas, el proceso de redescubrimiento de uno mismo, desde mi punto de vista, no puede ni debe ser forzado, así que nos damos permiso para ir sólo hasta donde estemos preparados para ir en el momento. Es mucho más importante amarnos y respetarnos que entendernos. Podemos dejar algunas cosas sin descubrir dentro de nosotros y, a cambio, darnos un poco más de amor y cuidados.
También puede ser que “entres”, “te escuches” y todo esté perfecto ahí dentro. A nuestra mente le gusta, a veces, crear fantasmas donde no los hay.
Simplemente escúchate. Cualquier cosa que encuentres estará bien. Y si no, es que necesitas escuchar más profundo, quedarte más tiempo en silencio escuchándote.
Acompáñate sin ponerle ninguna otra condición a ese tú, a esa tú, que espera ser entendida y, sobre todo, aceptada.
Simple mente, escúchate.
Antes de hacer este ejercicio es conveniente que hayas trabajado con el manejo de emociones que describo en los posts:
Cómo funcionan las emociones
Cómo manejar las emociones
Cómo cambiar la respuesta emocional