¡Ay de aquel que escandalice a un niño…
Todos tenemos en el recuerdo esta cita del Evangelio, pero no una idea clara y profunda de lo que realmente significa. ¿Qué es escandalizar? ¿Cómo se escandaliza a un niño?
Escandalizar viene del griego skandalon, que designaba a las trampas para cazar, así que escandalizar en el contexto que quiero explorar aquí, significa poner trampas, obstáculos al buen desarrollo de un niño en su inocencia, en su capacidad natural para crecer como un ser humano armonioso y responsable consigo mismo. Eso es lo que hacemos cuando llevamos a los niños a tener sentimientos equivocados sobre sí mismos o los demás, sentimientos tóxicos o un sentir distorsionado hacia las relaciones y la vida, estamos entorpeciendo su natural desarrollo, estamos poniéndoles trampas con las que tendrán que lidiar más adelante en su camino, en algunos casos, laberintos de los que será muy difícil que salgan sin la ayuda adecuada. Por ello es fundamental conocer cómo nos desarrollamos emocionalmente de niños.
Los seres humanos aprendemos y desarrollamos nuestro repertorio emocional según lo que experimentamos en la infancia. Es cierto que según el temperamento seremos más extrovertidos o más introvertidos, pero para mí que el resto de las respuestas emocionales, en toda su complejidad fisiológica y mental, las aprendemos al asimilar o rechazar los modelos emocionales que experimentamos durante la infancia.
Pondré algunos ejemplos sencillos para explicarme:
Si papá tiene la etiqueta de torpe porque es descuidado en ocasiones, el hijo tenderá a coger ese rol también si es que está asimilado al padre, o se hará “el manitas” si el espacio de “el hombre de la casa” está vacante para la madre. Con los consecuentes estados emocionales de impotencia triste para uno, y arrogancia satisfecha para el otro.
Si el padre, cada vez que se frustran sus intenciones monta en cólera. El hijo o la hija aprenderán que cuando tropiecen en la vida tienen que soltar su rabia sin más, en vez de manejar su frustración por otras vías que también habría podido mostrarles su progenitor.
Si mamá “se preocupa” contantemente por lo que le vaya a pasar al niño, sobreprotegiéndole, el hijo se quedará con ese miedo ajeno dentro y le costará tomar decisiones en la vida, atemorizado ante un mal por venir.
Los niños necesitan ver que quienes los cuidan son dueños de sus emociones
El niño, la niña, cubren sus necesidades psicoemocionales según la oferta que encuentran en el entorno en el que crecen. Eso queda profundamente incorporado en su repertorio emocional (ver el post: La Huella emocional) hasta que en la adolescencia nos permitimos revisar esas respuestas con nuevos referentes externos: la pandilla, los compañeros de universidad o de trabajo, etc. Y las adaptamos a un concepto más elaborado de nosotros mismos.
Dicho lo anterior, resulta evidente que, si aprendemos por imitación/reacción, la primera y mejor forma de ayudar a los niños a regular sus respuestas emocionales es que padres, madres, educadores, terapeutas infantiles, cuidadores, etc., aprendamos a regular las nuestras.
Desde mi punto de vista, sería fundamental que todos los profesionales que vayan a estar trabajando con niños, no sólo estudien educación emocional, sino que hagan su propia psicoterapia para resolver las posibles carencias que hayan arrastrado de la infancia. Esto es algo que debiera estar incluido en los planes de estudio de las diferentes disciplinas.
Como dice Krishnamurti: “Es deshonesto hablar de algo que uno mismo no está viviendo”.
Una vez aclarado esto, la segunda premisa fundamental es que los niños crezcan en un entorno seguro donde sus necesidades sean reconocidas. Los niños que crecen en desatención, abandono, situaciones de guerra, de pobreza extrema, de violencia machista, de abuso, etc., tendrán conflictos como adultos para gestionar adecuadamente sus respuestas emocionales.
Los niños necesitan crecer en un entorno seguro para poder expresar sus emociones adecuadamente
Esta gestión de las respuestas emocionales la aprendemos, repito, en la infancia, incluso ya desde el vientre de nuestra madre al experimentar sensaciones provenientes de su estado emocional. A medida que el niño crece, los padres, los cuidadores y educadores vamos implantando en su mente valoraciones de su estado emocional y esto es una gran responsabilidad. Podemos hacer de un niño un ser humano desgraciado para siempre o ayudarle a expresar al máximo la potencialidad que lleva dentro en una vida feliz. (Si quieres aprender a manejar tus emociones y no has leído este post todavía, te recomiendo que lo hagas: Cómo manejar las emociones y otros dentro de la categoría: Educación Emocional.)
Cuando los niños tienen una reacción emocional necesitan que los adultos responsables les ayudemos a nombrar, entender y dar validez a esa emoción que están mostrando. Esto es, necesitan que les ayudemos a hacer todo el recorrido de la curva emocional acompañándoles hasta que se extinga. No se trata de decirles cómo se siente esa emoción y porqué, ni mucho menos cómo deben sentirse. Se trata de darles espacio para que se sientan seguros expresando esa emoción y ayudarles a encontrar sus propias explicaciones a cómo y porqué surgió para que puedan encontrar sus propias soluciones. Para ello a los padres y cuidadores que queremos ser verdaderamente responsables nos toca aprender a escuchar sin pretender resolver inmediatamente, lo que se ha dado en llamar “escucha activa”, y a recibir la descarga emocional del niño sin que eso provoque otra respuesta emocional en nosotros que no sea la de una aceptación empática y cariñosa, dicho de forma sencilla, a saber mantener la calma. Lo primero, siempre, tranquilo.
Los niños necesitan que sus emociones sean escuchadas y validadas
Los niños no disponen de una capacidad compleja de pensamiento hasta la adolescencia así que no podemos esperar de ellos que razonen como lo hacemos los adultos. Para ayudarles a enfocarse en cómo se sienten no les pedimos que nos expliquen qué les pasa en un primer momento, es mucho mejor explorar indirectamente reflejándoles el cómo creemos que se sienten. Por ejemplo, nuestro hijo viene llorando del colegio, en vez de decirle “¿qué te pasa?”, nos enfocamos en sus emociones, “vaya, estás muy triste”. Y el niño empieza a darnos información “no estoy triste, estoy enfadado”, y de ahí tiramos del hilo “pues sí, pareces muy enfadado”. Al sentirse validado el niño nota que le estamos dando espacio para seguir, “sí, estoy muy enfadado, porque…”, y nos contará el incidente. Si seguimos explorando con preguntas o suposiciones respetuosas, “y, después, qué ha pasado”, “y tú qué has hecho” o, si vemos que se ha sentido impotente en esa situación, por ejemplo, seguimos ayudándole a explorar posibles respuestas: “y tú qué habrías hecho”, continuamente validándole y enfocándole a buscar soluciones satisfactorias para él, “y así, ¿habría quedado todo bien?”, etc. Hasta que el niño se desahogue del todo y tenga soluciones propias y adecuadas para resolver conflictos similares.
No le quitamos importancia a su problema, no le damos una solución, ni mucho menos reprimimos o castigamos su sinceridad. La sinceridad, tanto en los niños como en nosotros los adultos tiene capas de profundidad.
Nunca damos por hecho que sabemos lo que les ocurre. Para convertirse en adultos que se respeten a sí mismos, necesitan sentirse respetados de niños.
Los niños necesitan sentirse respetados para tener autoestima
Un libro precioso sobre los cuidados en la infancia, aunque con una traducción muy mejorable al castellano, es El niño feliz de Dorothy Corkille Briggs. Muy recomendable.
Y una película de animación que puede resultar muy instructiva para verla y comentarla después con niños y niñas es Inside Out (Del revés) de los estudios Pixar.
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Y, para terminar, recordarte que los niños también necesitan experimentar esa quinta emoción básica invisible que es la calma. Así que si tu hijo o tu alumno está un rato tranquilo, desconectado de lo exterior, complacido en sí mismo, o realiza sus tareas muy tranquilamente, déjale, está reconectando con su ser. No se puede estar siempre hacia afuera, compitiendo como nos enseñan en este mundo diseñado para tener y no para ser. Déjale, está bien. Ya volverá a activarse cuando su péndulo interno dirija su interés de nuevo hacia el mundo exterior. Cuando su entusiasmo le lleve a explorar aquello que despierte su interés. Confía en que dentro de sí mismo, de sí misma, hay sabiduría. Una sabiduría que necesita ser cuidada con la paciencia del jardinero y la admiración del Amor.
¡Que todos los niños sean bien cuidados!